Querido Luciano, aunque no tuve la dicha de conocerte personalmente, si lo hice a través de otros hijos e hijas, quienes en agosto de 2003 tomamos la decisión de oponernos a la Ley de Punto Final que impulsaba por aquel entonces el presidente Ricardo Lagos Escobar. Esa huelga llevó tu nombre, como un homenaje póstumo y como un grito desesperado ante la arremetida de la consagración de la impunidad en el país. Durante ese tiempo conocí de tu vida, de lo solidario y comprometido, y de lo valiente que fuiste para enfrentar la vida en un país lleno de olvido e injusticia. Me dolió el alma saber de tu partida, sentir que tu depresión endógena era otro nombre de la pena y rabia por este país indolente lleno de impunidad.

Hasta esa fecha eran múltiples los esfuerzos de la Concertación por ‘cerrar los problemas de los DD.HH.’. El presidente Patricio Aylwin, otrora impulsor del golpe, nos decía que debía haber “justicia en la medida de lo posible”, y que el Informe de Verdad debía llevarnos mágicamente a la reconciliación. Por su parte el presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, trajo de vuelta al asesino Augusto Pinochet, quien iba a ser extraditado a España, desde Inglaterra. Además impulsó la Mesa Diálogo entre organizaciones representantes de algunos sectores de DD.HH. y los militares perpetradores de los crímenes. El resultado de esta mesa fueron más mentiras por parte de las Fuerzas Armadas del país, una nueva burla para nosotros, los familiares de mujeres y hombres detenidos desaparecidos y ejecutados políticos. Junto a lo anterior destacar que nunca recibió a las agrupaciones de familiares de detenidos desparecidos y de ejecutados políticos.

Luego el presidente Ricardo Lagos, quiso pasar a la historia como el gran ‘sellador de la transición’. Impulsó un acuerdo nacional con el proyecto de ley “No hay mañana sin ayer”, en él se proponía entre otras medidas, otorgar inmunidad a aquellos militares que entregaran información fidedigna respecto de la ubicación de restos de víctimas de desaparición forzada. Esa vez conocí a un grupo grande y heterogéneo de hijos e hijas quienes nos opusimos a esta aberración poniendo en riesgo nuestras vidas, así como lo habían hecho antes  nuestras madres, hermanas, tías y abuelas para denunciar los crímenes de la dictadura. Veinte días tuvieron que pasar para que el poder Ejecutivo borrará este infame capítulo de ese proyecto de ley. De todas maneras los promotores del proyecto se las ingeniaron para poner cincuenta años de silencio a los nombres de los responsables de las torturas de decenas de miles de seres humanos en el país.

Durante ese septiembre de 2003 tuvimos un gran regalo. A pocos días de culminada la huelga de hambre, nos encontramos siete hijos e hijas cara a cara con dos de esos grandes asesinos impunes hasta ese momento: Marcelo Moren Brito y Miguel Krassnoff Marchenko. Nos vimos sin ataduras, sin estar prisioneros en los centros clandestinos de torturas, nos vimos de frente con la arrogancia que les daba el velo de la impunidad. Por nuestra parte estábamos cargados de rabia e indignación por la acumulación de una vida de injusticias. Ese día 12 de septiembre conocí lo que era la tranquilidad de darle una golpiza a estos criminales. Ese día es el que más se ha acercado a mirar de frente a la justicia.

Desde esas fechas han pasado quince años. No hemos bajado los brazos, seguimos luchando. Logramos encarcelar a cerca de ciento cincueta asesinos y torturadores, quienes han acumulado más de mil años de condenas por los crímenes cometidos. Pero estas cifras lejos de ser alentadores alimentan la rabia e impotencia del momento actual.

He decidido escribirte directamente, porque sé que tú mejor nadie conoces estos sentimientos. Conociste igual que yo, la indolencia de la sociedad ante los crímenes cometidos, de la eterna espera por la justicia. Esa que logra que madres se mueran sin saber el destino de hijos, como el caso de Ana Sáez madre de Michael Nash. O como fallecen de viejos los asesinos sin conocer condenas como el propio Pinochet.

Te cuento que de alguna manera, me tranquilizaron los veinte años de presidio que les dieron a los asesinos de mi madre, tíos y abuelo. Sin embargo la rabia se apodera de mí, cuando (invocando motivos de ‘humanidad’), la Corte Suprema le otorga ‘perdonazos’ e indultos a los criminales de lesa humanidad. Es cierto que esto se venía venir, cuando el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet tuvo todo en sus manos para ajustar la legislación nacional a los estándares internacionales, evitando con ello llegar a este fatídico momento. Porque los gestos se hacen al inicio de los gobiernos no al final de ellos. Que bien ha comprendido esto el presidente Sebastián Piñera, quien pasará a la historia como el más grande defensor de los criminales de lesa humanidad. ¿Habrá algún otro gobernante en el mundo que haya osado indultar criminales de esta naturaleza?

Querido Luciano, hago públicas estas reflexiones que traen a mi mente tu memoria, no por un afán exhibicionista, sino como un símbolo del diálogo entre mi mundo y el tuyo. Quizá nuevamente el grito desesperado cobra sentido en esta realidad. Pero no pienses que este diálogo (o monólogo si prefieres), es para seguir tu camino. No. En ese punto, aunque te comprendo perfectamente, estamos en lugares distintos. Sin embargo, hay una pregunta original que une los tres momentos que he descrito en estas palabras, aquella que tiene que ver con tu abandono de este mundo, la huelga de hambre que llevó tu nombre hace quince años y el actual momento de consagración de la impunidad. Primero los detuvieron ilegalmente, luego negaron los crímenes, nuestras madres y abuelas los buscaron por todos los rincones, la prensa nos mintió una y mil veces. Aún así le dimos la oportunidad a la justicia, esperamos más de cuarenta años por sus resultados mezquinos. ¿Qué más debemos hacer?, ¿qué camino nos queda a las hijas y los hijos para enfrentar la impunidad, el olvido y el silencio? ¿Cuándo comprenderá la sociedad chilena que si no somos capaces, de dar castigos ejemplares a los más grandes asesinos, violadores y torturadores del país, entonces estamos condenados a repetir la historia? ¿En qué momento nos daremos cuenta que la impunidad de los crímenes de lesa humanidad es la llave maestra de la injusticia en los casos de corrupción de la política, de las colusiones de los grandes grupos económicos, del robo de miles de millones de pesos de las Fuerzas Armadas y de Orden?

Querido hermano, me extendí más de la cuenta en mis palabras. Debes perdonarme por ello. Pero también debes perdonarme el no ser capaz, junto a las demás organizaciones del mundo de los Derechos Humanos, de remover las bases de nuestra sociedad para garantizar que estos crímenes no se vuelvan a cometer.

Me despido garantizándote que no bajaremos los brazos, que no nos quedaremos tranquilos ante esta arremetida de impunidad. Que mientras no encontremos a todos nuestros seres queridos, que no encarcelemos a todos los asesinos y torturadores; nosotros tus hermanos y hermanas de HIJOS, no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos.

Beto Rodríguez Gallardo
Familiar y sobreviviente de la familia Gallardo, víctimas del Montaje de Rinconada de Maipú