Cristian Gutiérrez Tapia (*)

“La existencia del museo representa el deseo de falsificar el pasado, en cuanto se enfoca en un acontecimiento singular, separado del resto de nuestra historia”. Con estas palabras, entre otras, se refería el historiador Sergio Villalobos al trabajo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de nuestro país.

Según el académico, los hechos que se reflejan en la apuesta museográfica del Museo de la Memoria, solo se centran en un hecho que es ajeno a nuestra tradición nacional, como si olvidara las innumerables veces en que el Estado ha violentado, de formas aniquiladoras, la disidencia y el descontento social. Demás está enumerar una a una las veces en que esa tradición republicana y democrática, ha sido puesta a lo menos en tensión.

En un aspecto si se puede concordar con Villalobos: la dictadura civil y militar chilena se separa de nuestra historia, ya que a diferencia de otros episodios de violencia política, buscó mediante la eliminación física y simbólica de sus enemigos, una trasformación completa de la sociedad chilena, estableciendo además –por medio de la desaparición de los opositores- el voraz modelo económico que rige hasta nuestros días.

Ahora, tomándonos de los dichos del historiador, podríamos preguntarnos ¿qué cuenta el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos? O quizás sea más interesante preguntarse ¿Qué calla dicho museo? Dentro del guión museográfico del recinto de Matucana, podemos encontrar en parte los sucesos posteriores al golpe militar, la represión política, la organización y defensa ciudadana, las víctimas y sus testimonios, etc. Sin embargo, con todo lo que aporta al país hay algunos silencios en sus salas que con su sola presencia incomodarían a muchos.

La tortura sistemática, rutinaria, burocrática y calculada no aparece mostrada en su real magnitud en el Museo. No hablo de educar desde el horror, puesto que no creo que sea la opción más viable, pero no por esto deben desaparecer aspectos tan complejos de nuestra historia reciente.

Villalobos dice que el Museo de la Memoria falsea los hechos, ¿por qué? ¿Acaso el secuestro, la tortura y la desaparición no existieron durante la dictadura civil y militar? ¿Donde dejamos a Londres 38, José Domingo Cañas, Nido 20, Nido 18, Villa Grimaldi, la Venda Sexy, el cuartel Borgoño, Simón Bolívar, solo por nombrar a los más cercanos? Estos campos secretos -entendiendo por ello lo señalado por Giorgo Agamben, es decir la estructura en la cual el estado de excepción, sobre cuya posible decisión se funda el poder soberano, puede realizarse establemente- fueron convertidos en verdaderos quirófanos para extirpar el cáncer marxista, fueron los lugares en donde se fraguó el poder desaparecedor del Estado, en donde se trató a quienes formaban parte del enemigo interno a eliminar y en donde hoy, transformados algunos en sitios memoria, podemos encontrar eso que Villalobos acusa de datos falsos y que no aparece en el Museo de la Memoria y menos aún el Museo Histórico Nacional: la experiencia concentracionaria de miles y miles de personas que transitaron por esos pasillos, celdas y salas de tortura.

Algunos de estos lugares forman parte hoy de nuestro patrimonio nacional en su calidad de monumento histórico, pero el paso de campo de concentración a sitio de memoria debería contemplar una denominación específica para ellos: su calidad de Patrimonio de los Derechos Humanos. La calidad de museo de sitio de algunos (pensando en el caso de Villa Grimaldi en donde funcionó entre 1974 y 1978 el ex Cuartel Terranova), posibilita, por ejemplo, un acercamiento al complejo tema de la tortura como método eficaz de transformación de las relaciones sociales, y a conceptos como estereotipo, prejuicio y discriminación que han estado presentes a lo largo de nuestra historia –a diferencia de lo planteado por Villalobos-, como formas de violencia hacia los considerados peligrosos y, que el periodo abierto con el golpe, hiciera carne de forma dramática y concreta en miles de personas.

En otras palabras, en estos sitios de memoria, ayer campos secretos de tortura, encontramos los silencios que incomodan al Estado y a sus administradores, por formar parte, precisamente, del terrorismo de Estado que durante 17 largos años se encargó de ocultar las memorias divergentes. Es en estos sitios donde los hechos falseados, según algunos, aparecen con toda su humanidad y en donde, en definitiva, aparecen esos aspectos de nuestra historia que, paradójicamente, no se cuentan en los museos.

Junio del 2012

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(*) Docente e Investigador de la Corporación Parque Por La Paz Villa Grimaldi
(Columna de opinión publicada ayer 25 de junio en Blog de opinión de La Nación)