Cristina Moyano *

El homenaje que se realizó al difunto dictador chileno, Gral. Augusto Pinochet Ugarte, quien dirigiera durante 17 años una de las más cruentas dictaduras de las que tiene memoria la sociedad chilena en el siglo XX, ha suscitado un conjunto de debates en la esfera pública. El mentado homenaje nos ha puesto de relieve dos grandes elementos: que el pasado nunca está cerrado y que su disputa siempre es objeto de las definiciones políticas que no sólo dicen relación con el pasado, sino que también y por sobre todo, con el presente-futuro.


¿Qué podemos recordar? ¿Es lícito que quienes apoyaron (y nunca fueron pocos) al ex dictador quieran realizar un homenaje a quien es recordado como el salvador de la patria? ¿Qué políticas de memoria se han instalado en el Chile de la transición? ¿Cómo ha incidido el proceso de judicialización del pasado reciente en las posibilidades de recordar?

Estas preguntas nos remiten, a lo que María Angélica Illanes nominara como las Batallas por la memoria, lo que Peter Winn definiera como el enfrentamiento entre las memorias dominantes y las disidentes, o lo que Steve Stern calificara como memorias emblemáticas. En suma, la politicidad de la propia memoria, es decir, la política en la memoria.

Una sociedad no recuerda en su conjunto, no podemos hablar de una sola memoria social, sino de memorias, en constante disputas, por aquello que se quiere relevar, y aquello que se quiere silenciar y olvidar.

Durante el inicio de la dictadura la memoria hegemónica o dominante fue la memoria del “golpe como salvación” y puso a los militares como los garantes de la democracia, de la estabilidad y de haber impedido que Chile entrara en un campo de destrucción masiva de su tejido social. Esa memoria se instaló tanto por la vía del manejo irrestricto de los medios de comunicación, la represión y la institucionalidad de la Junta que fue dando sentido a varias memorias sueltas que provenientes de la Unidad Popular, se articularon en torno a los recuerdos del desabastecimiento, la movilización social y el no respeto a la propiedad privada. Los militares instalaron la idea de que vinieron a salvarnos del caos marxista y sus obras se enmarcaron en esa discursividad legitimadora.

Para una importante cantidad de personas de este país esta memoria fue emblemática, dominante, sino no es posible entender que la dictadura haya terminado pactadamente y derrotada en un plebiscito en el que el ex dictador obtuvo más del 40% de los votos, o que al momento de la muerte del mismo, muchos acudieran a hacer largas filas para despedir al “salvador de la patria”. Pinochet, nunca pudo ser juzgado, su detención en Londres fue debilitando esa memoria de salvación, pero siempre existió un grupo dispuesto a reivindicarla, a instalarla dentro de las batallas por la memoria.

Memorias disidentes se instalaron en Chile durante los años 70 y 80 a esa memoria emblemática dominante, proveniente mayoritariamente de las agrupaciones de defensa de los Derechos Humanos. A decir de Stern, lo central de esas memorias disidentes fue que estaban vinculadas a la ruptura, al quiebre y a la perdida. Hitos claves para que esas memorias se fueran volviendo públicas fueron las acciones de la Vicaría de la Solidaridad, las valientes acciones en las calles de los familiares de las víctimas de los Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos, la inmolación de Sebastián Acevedo, el caso degollados, el feroz atentado a Carmen Gloria Quintana y la muerte de Rodrigo De Negri, que sumadas a las protestas de los años 83-85, fueron permitiendo que esas estructuras de enunciación del recuerdo fueran ampliando y disputando la memoria oficial instalada desde la dictadura.

Sin embargo, fue la detención de Pinochet en Londres en 1998 lo que desencadenó una batalla por la memoria más frontal, lo que Winn denomina la ruptura del “pacto de silencio”, que había caracterizado la forma transicional y el pacto de la elite por la búsqueda de verdad y reconciliación y no por la verdad y justicia.

Pinochet pasó a convertirse en el símbolo de la maldad humana, de la corrupción, enjuiciado dentro y fuera de Chile, ya no podía ser visto como el salvador de la patria, la propia justicia internacional con Baltazar Garzón, pero también en Chile, con el juez Guzmán, fueron judicializando el pasado reciente e instalando verdades que deterioraron la imagen del vetusto dictador y le restaron potencialidad a la memoria como salvación.

Informe Rettig, Mesa de Diálogo, Informe Valech, son otros de los insumos que colaboraron en el marco de la búsqueda de verdad y reconciliación, instalar la facticidad de lo ocurrido, entregando marcos importantes de significación del pasado reciente.

Hoy lo que fuera una memoria hegemónica en los 70 y 80, ya no lo es, por la disputa de quienes enarbolaron en la búsqueda de justicia una propia elaboración del pasado. Esa memoria es actualmente una memoria disidente y es la que quiere expresarse en un Acto en el Teatro Caupolicán. ¿Cuánto derecho tienen esos portavoces para enunciarse en un sistema democrático? Todo el derecho que tiene cualquier ciudadano. ¿Qué posibilidades tiene esa memoria de convertirse en emblemática nuevamente? Muy pocas.

La sociedad chilena ha cambiado, así como también sus propios marcos de enunciación de los recuerdos. Documentales, series televisas recientes, han colaborado a dejar esta memoria marginalizada. La justicia la ha sancionado… algunos militares presos dan cuenta de ello, quizás no con la fuerza ni magnitud que muchos quisiéramos.

Por ello si los Pinochetistas quieren disputar el pasado que lo hagan, lo importante es que los otros portavoces no sientan que tienen la batalla ganada, porque el pasado está en permanente revisión y los demócratas no deben bajar sus manos pensando que aquello ha quedado saldado. Nuestras escasas políticas de memoria en una transición pactada y consensuada no son garantía, a diferencia de lo que ha ocurrido en Argentina, España o Alemania, de que estos homenajes no puedan realizarse. Por ende la disputa política es legítima… y hay que seguir dándola en el espacio público.

La resignificación del pasado expresa la politicidad de la memoria y las batallas por la misma nunca son guerras ganadas.

El Mostrador

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* Doctora en Historia con mención en Historia de Chile. Académica del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de la USACh.
http://www.fahu.usach.cl