Su relato rememora sus años de adolescente en los años 60 y 70 y muy particularmente los de la UP y el inicio de la dictadura, podría ser considerada una novela de aprendizaje o de iniciación, una bildungsroman.

O quizás sin complicarnos la existencia es posible asumirla como una crónica testimonial y biográfica porque conocemos que los géneros literarios, a veces, quedan estrechos para contener la creatividad de los autores.

Osvaldo Salas, ha esperado para publicar El mimeógrafo más de 40 años a sabiendas que las palabras sanan y sobre todo son capaces de saltar épocas y edades.

Antes, otras y otros han recordado sus años de estudiantes secundarios entreverados con el suceder de sus militancias políticas. Guillermo Rodríguez; Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo; Rosa Gutiérrez Silva, entre otras han rememorado en significativos testimonios sus “años pingüinos” como se diría ahora.

En los 60 la vida se aceleró. Sucedía la Revolución Cubana y el Che Guevara en cualquier parte del mundo. El imperio de los yanquis. Los Beatles y la píldora anticonceptiva. En Vietnam cada día era una hazaña y en Chile triunfaba el gobierno de Salvador Allende y su Programa.

Todo eso y más fueron demasiada leña para ese fuego y algunos abrazamos esas brasas, cuando aún no teníamos ni proyecto de bigote y apenas conocíamos de tímidos besos.

El mimeógrafo es una muy buena metáfora de esos años de militancias tras y por ideas. Además, que esa era la tecnología posible y apropiada para reproducirlas.

En el Uruguay de hoy, en el Museo de la Memoria de Montevideo un mimeógrafo sirve para reflejar la clandestinidad y sus artefactos más simbólicos.

Y mientras escribimos también recordamos que los mimeógrafos al comenzar a funcionar en modo automático tenían un ruido constante y delator: un trac y pausa, un trac y pausa…que una vez que partía se aceleraba. Y también, que a momentos se podía trancar, y ello ocurría generalmente por alguna hoja que quedaba atascada. Osvaldo, ha preferido contarlo sin esténcil ni corrector, esa botellita con pincel y líquido de color rosado capaz de tapar letras mal o doblemente tecleadas.

El mimeógrafo infiere a la imprenta como su antepasada más distinguida. Ambas herramientas frente al oscurantismo, porque lo principal, en todo tiempo siempre serán las ideas y además el difundirlas.

Osvaldo es nombrado Shalaco, por sus compañeros del FER- Frente de Estudiantes Revolucionarios, frente estudiantil del MIR. Así lo nombra Pendejo de Mono, Charquicán, Moisés, Cheyenne, el Diminuto, el Barni, el Metafísico o el Foca.

Toda una galería de personajes que influenciados por la aún incipiente televisión, el cine o algunas características personales predominantes caracterizan el ambiente de esa muy joven militancia revolucionaria en un bestiario casi irreal. Y todo coincide, en 1968 o 69 ha llegado a Chile ese wéstern intitulado Shalaco con Sean Connery y Brigitte Bardot de protagonistas.

Aún, son incipientes los estudios sobre los movimientos estudiantiles en Chile, sus organizaciones y demandas del 60 en adelante. Pero una diferencia básica y necesaria de hacer es entre los secundarios y los universitarios, más allá que muchas veces resultaran unidos en sus movilizaciones.

Un estudioso del tema, Jorge Rojas para la época 70-73 otorga un predominio significativo a los secundarios, a la vez que constata como la división de la entonces máxima organización en Santiago, la FESES estuvo fuertemente influenciada por la creciente polarización.

La democratización de los Centros de Alumnos, el audaz proyecto de la ENU – Escuela Nacional Unificada – fueron temas que cruzaron a los secundarios en los años de la UP. Y es en ese contexto en que se recepcionan las rememoranzas de Osvaldo y del Liceo N° 8 de Hombres de avenida Bustamante.

Escribe Salas: “Con los años, mi conclusión es que la utopía es importante, pues sin ella peligra la existencia del idealismo y no florece la ingenuidad de creer en lo inalcanzable. Esto quizás explica porque nuestro grupo, pequeño y marginal participó activamente en la lucha política. Es relevante agregar que nuestro compromiso no fue por conseguir un puesto de trabajo ni tampoco por dinero”..

Leer El Mimeógrafo es asomarse a conocer o recordar esos años donde todo era posible y teníamos la claridad que hoy, en la liquidez de estos tiempos parece faltarnos. Shalaco y sus compañeros del Liceo 8 tenían una ganada fama de aguerridos, para enfrentar a piedrazos o con lo que fuera a los fascistas de Patria y Libertad y sus arañas.

Hay que detenerse en dos fechas que en sus recuerdos el autor destaca. El 4 de noviembre de 1970, triunfo de Salvador Allende y el 11 de septiembre de 1973. La gloria y el infierno. Y al medio, ese breve tiempo en que los estudiantes podían reunirse con el mismísimo presidente o recibir en su liceo tomado al ministro de educación Aníbal Palma. La verdad es que todo fue muy breve, del 4 al 11, había apenas seis números.

Y en ese corto tiempo, la vida se aceleró y el tiempo se hizo escaso. Y a punta de comer pailas de huevo y latas de chancho chino, tuvimos que correr porque la Revolución ya venía.

En El Mimeógrafo el guiño con la película Underground de Kusturica es muy próximo, cuando el autor describe las conmemoraciones miristas del Teatro Roma.

Siempre o casi siempre se repiten los aplausos en ciertas escenas de unas cortas películas, donde siempre perdían los yanquis y triunfaban los vietnamitas. Y después de esos eufóricos aplausos, asomaban las mismas consignas. Todo, porque al interior del Teatro Roma estábamos muy cerca de hacer la Revolución. Esos fueron tiempos de convicciones porque había proyectos y compromisos para alentarlos. Y además éramos jóvenes y voluntariosos.

Cuándo Osvaldo relata momentos y situaciones de los estudiantes secundarios en la UP todo pareciera rozar el absurdo de Ionesco, claro desde la mirada presente cargada de descréditos y desconfianzas. Hoy, desde las utopías maltratadas, las diásporas y las vueltas de carnero, cuando el tango Cambalache retrata lo ocurrido, más de alguien podría pensar que su testimonio, es sólo fruto de la imaginación de su autor.                                                      

Quizás por ello, sirva hacer de arqueólogo de la memoria y desenterrar uno de los últimos manifiestos del FER a los estudiantes de la enseñanza media.

“Por esto nos rebelamos. Porque a pesar de todos los cuidados nos hemos dado cuenta que la realidad es bien distinta a la que nos quieren hacer creer

[…] por esto combatimos, por esto luchamos; seguros de vencer, pues de nuestra parte está la razón y la fuerza de la verdad, la razón y la fuerza de la historia..”.

Para luego en ese manifiesto mimeografiado al detallar diez puntos, en el octavo postular “igualdad de trato para todos los jóvenes.

“Todos sabemos que en la Enseñanza Media se cometen muchas injusticias con los estudiantes; pero hay un sector, el mayoritario, que palpa con mucha más fuerza estas injusticias. Nos referimos a las compañeras mujeres…desde que no se deja llevar una falda muy corta, ni pintarse, hasta llegar al extremo que no se acepten compañeras casadas en los cursos diurnos “porque les enseñan malas costumbres a las otras estudiantes”…

Los años que cuenta El Mimeógrafo fueron desafiantes, intensos y recordables. Y alto, les pido un momento. Puede ser que la palabra mimeógrafo poco diga a los muy jóvenes. Porque las palabras se asocian a épocas y a usos. Y llegan y se van, o se esconden.

Y ellas, también salen de vacaciones y a veces lo hacen en patota y el mimeógrafo va casi de la mano del esténcil y muy cerca corre el mameluco o la botica. Y mientras unas se retiran discretamente, otras se tornan famosas e imprescindibles como hoy son internet o celular.

Pero, todo termina y en esta historia, los compañeros y compañeras del FER saldrán disparados como esquirlas filudas a la muerte y al exilio, a la resistencia y a la tortura. Y algunos también, la delación y búsqueda activa de sus otrora camaradas. Y se crearán dos siniestras palabras que permanecerán: detenido-desaparecido. Cada uno, cada una en su recuerdo tendrá sus propios muertos, sus más cercanos e inolvidables.

Es imposible escribir testimonios de ese tiempo y no tener que referirse a esos iguales del FER que tan jóvenes, siendo apenas adolescentes fueron apresados, torturados, desaparecidos y muertos.

Jorge Antonio Herrera Cofré, el chico Antonio de 18.  O Marcela Sepúlveda Troncoso, la negra de 20. María Isabel Joui Petersen, la chica de 20.  O Luis Valenzuela el último candidato a la FESES, Leónidas del Instituto Nacional, detenido desaparecido a los 20. O Iván Nelson Olivares Coronel de 18 del Liceo Barros Borgoño, el inolvidable Chucu-Chucu. Y muchos otros muchachos y muchachas que amenazaron al sistema con coligues y consignas.

Para el autor de El Mimeógrafo su más recordable es Denrio Álvarez, el chico Juande 17 años, compañero de liceo. Ejecutado un día de diciembre de 1973 en el Regimiento de Infantería N°1 Buin, ese de larga trayectoria en las batallas de los libros de historia de Frías Valenzuela.

Osvaldo Salas nos cuenta que asiste con su amigo Charquicán a ese funeral. Aun ya estando en el cementerio, imaginan que todo podría quizás ser una confusión. Pero no, allí están despidiendo y llorando a Denrio, su padre, madre, y su único hermano.

En lo sorprendente que resulta leer este testimonio, incluso para quienes fuimos parte de esa generación, el encuentro del autor con una patrulla de la DINA, es sin duda una cumbre donde es preciso detenerse.

Es invierno y es dictadura y aún no es el primer año. Es 1974 y la represión está desatada. Hay toque de queda y el terror se enseñorea. Pocos y pocas como los galos de ASTERIX se atreven. Son pequeños actos, a veces simples gestos y también sólo silencios. A eso hay que llamarlo incipientemente Resistencia.

La Resistencia. La dictadura es muy fuerte por sus tanques y sus balas, por sus prisiones y sus infinitas formas de infundir terror. Ya tiene asesores civiles que como Jaime Guzmán ponen su inteligencia al servicio de ese poder abyecto. También, economistas chicago boys que se disponen a imponer sus recetas sobre esa paz romana.

Las calles son un peligro porque la DINA pasea a torturados poroteando. O sea, ubicando a sus antiguos camaradas. Basclay Zapata el troglo, y Osvaldo Romo, el guatón son parte de esos equipos de cacería. Cada día deben detectar a nuevas personas porque es un monstruo de un hambre insaciable. Utilizan a Luz Arce, una ex militante socialista torturada. Desconocemos los detalles de su colaboración, pero sí de su daño.

Nuestro Osvaldo y un amigo caminan seguros por su barrio de siempre: la Villa Olímpica de Ñuñoa. Y es ahí y en ese instante un 12 de agosto de 1974 que comienza lo surreal. Los perpetradores les llaman e interrogan en la calle, al parecer tienen dudas.

Al final de esos tensos minutos se llevan a su amigo, quien salva con vida y luego podrá ser un destacado periodista: Mario Aguilera. Osvaldo ha quedado libre y apura el paso para avisar a los suyos: viene del infierno, ha visto a la DINA. Ahora deberá cuidarse para escribir El Mimeógrafo 44 años después.

Esa escena es cumbre y le reclamamos a la pluma y los recuerdos de Osvaldo detenerse y ampliarla en una próxima y segura edición.

Más adelante en el relato viene el repliegue, la solidaridad junto a los miedos, para finalmente el autor encontrar una embajada y salir al exilio. En ese momento para Schalaco sube un The End salvador y en Colombia primero y Suecia después, se prenderán las luces.

A los 21 años Osvaldo Salas seguirá con vida, podrá ser padre y enamorarse, estudiar y dedicar su libro a sus nietos y nietas. Y así, muy sencillamente la vida pudo continuar.

Ignacio Vidaurrázaga
Periodista