Desde el año 2009, todos los 30 de octubre se conmemora en Chile el Día Nacional del (la) Ejecutada (o) Política (o), efeméride establecida gracias a los esfuerzos de la agrupación de familiares que preside Alicia Lira. En la fecha se recuerda y rinde homenaje a un espectro de víctimas que van desde los ex presidentes de la República Salvador Allende y Eduardo Frei, el cantautor Víctor Jara, el general Carlos Prat, el ex canciller Orlando Letelier o el dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Jécar Nehgme, asesinado por la Central Nacional de Informaciones (CNI) en septiembre de 1989.

Sin embargo, desde octubre del 2019 la memoria del pasado dictatorial entra en diálogo con la memoria del estallido social y su secuela de jóvenes, en su mayoría sin militancia partidaria, que resultaron muertos o están encarcelados por protagonizar una lucha legítima que derivó en un cambio político de dimensiones históricas. Son los nuevos prisioneros y ejecutados políticos y sus nombres y rostros comienzan a marchar entre la multitud. Se parecen a los jóvenes de los 80, desconocidos, sin militancias muchos de ellos, olvidados en su mayoría, lo que lleva a la interrogante sobre si esta generación logrará construir una memoria que recuerde y ponga en valor a los Kevin, Yoshuas o Joeles.

Yoshua

El 20 de octubre de 2019, en Renca, centenares de personas procedieron a saquear las bodegas de la empresa Kaiser, lo que fue seguido por el incendio de las instalaciones. La primera sorpresa fue el hallazgo entre los escombros de los cuerpos calcinados de cinco personas, aparentemente saqueadores que habrían quedado atrapados entre las llamas. La segunda sobrevino al conocerse que dos de los cuerpos presentaban heridas perforantes, presumiblemente de bala:  el del adolescente Yoshua Osorio, de 17 años, con tres orificios en el tórax y el cadáver de Luis Salas de 47 años con una herida en un pie. 

El certificado de defunción afirma que Yoshua falleció por afixia e intoxicación. Sus familiares y vecinos lo cuestionan. También desconfían de los  peritajes que descartaron las heridas  de bala, una desconfianza que se vincula a la memoria acumulada sobre asesinatos disfrazados de falsos enfrentamientos y a los distintos mecanismos que facilitan la impunidad a los perpetradores. Y al igual como se hace con los caídos en la lucha contra la dictadura instalaron una placa en su memoria y bautizaron una plaza con su nombre.