Intervención de la antropóloga Sonia Montecinos con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer en el recinto memorial de Villa Grimaldi (6/2/2011).

“Se cumple la profecía
Y derramo la tinta por los ojos
Escribo sin aliento
distrayéndome
en las vacas que atraviesan este puente,
en donde ya no oyen mugidos,
sino gritos,
de una lanza clavada en la costilla
que señala con sangre
las muertes que han de seguirme.
Escribo masacrándome,
mostrando,
abriendo llagas en que llorar
y golpear en tantos pechos.
Plegaria en los murmullos.
Escribo con velas en los ojos.
Roxana Miranda Rupailaf

Tal vez esas “muertes que han de seguirme” constituyan una clave para comprender los contextos en que se despliega la relación entre género y etnicidad, expresados hoy día en los testimonios y palabras de las lamñen –hermanas- mapuches, Gloria Colipi y Lorenza Ñanco.

El 8 de marzo, “Día Internacional de la Mujer”, que estamos conmemorando, no escapa a esas reverberaciones, en la medida que recuerda la muerte sufrida por una centena de obreras textiles, en una fábrica en Estados Unidos, a raíz de un incendio del inmueble provocado por el propio dueño para reprimir la huelga que estas mujeres, la mayoría jóvenes inmigrantes, llevaban a cabo en el recinto reclamando mejorías en sus condiciones laborales.

Si observamos el devenir histórico de las luchas de las mujeres por transformar su posición, la violencia nunca ha estado ausente de las respuestas que han recibido. Toda ruptura con el orden establecido, ha implicado una censura ya sea física o simbólica, buscando apagar los deseos de liberarse ya sea de los límites reproductivos (parentales), económicos, políticos, sociales o culturales. Desde el punto de vista de las mujeres y de las relaciones de género, así ha transcurrido la historia de los últimos cien años, marcada por las paradojas de la autonomía (la lucha por la diferencia) y de la universalidad (los derechos humanos).

Recuerdo que hace varios años, durante la dictadura, cuando investigaba sobre las mujeres mapuches y su peso cultural, una antigua machi, de la zona de Prado Huichahue, Carmela Romero Antivil, me contaba: “Mi abuelita me decía que cuando llegaban los huincas tenían que esconderlo todo, en metawes dice que dejaban sus platas, sus oros, entierros decía ella que se llamaban. Ahí todos corrían a la mawida (al bosque), las mujeres, los niños, todos arrancaban porque los huincas eran ladrones, robaban lo que pillaban, a las mujeres también se las llevaban, la comida. Los más viejos, decía mi abuelita, le habían dicho a ella que así eran los huincas.” Este relato opera como un horizonte que se liga a la memoria transgeneracional en una situación de conflicto colonial, esos huincas de Carmela Romero Antivil bien pueden ser los españoles y posteriormente los chilenos, bien puede ser sinónimo del “Otro” que siempre amenaza e invade. Este relato es la introyección de lo que una comunidad no ha querido olvidar: hay un robo, una exacción que permanece como vívido recuerdo y elabora también un universal: el huinca como un todo que se opone a lo mapuche como un todo.

Desde el punto de vista femenino, las mujeres en esta historia colonial siempre fueron el objeto más vulnerable: ya sea del pillaje, de los botines de guerra (tanto las mapuches que se incorporaban como esclavas en el servicio doméstico, así como las shiñurras –mujeres españolas que se incorporaban a los linajes y vida mapuche); y en el período republicano blanco de la degradación simbólica: hubo una guerra contra las machis, vistas como hechiceras, diabólicas y difusoras de supercherías.

Los avatares de la guerra entre mapuches y huincas, que culmina con el sistema reduccional y todas sus consecuencias (pobreza, arrinconamiento), no implicó una sumisión ni una disolución de la cultura, sino una re-elaboración, ahora dentro de un contexto distinto –se trata de la República y no de la Colonia- que obliga a cambiar los modos en que las reivindicaciones y defensa de lo “propio” se expresan: se abrirá un período, con el horizonte reduccional establecido, en que la lucha política será la herramienta a utilizar. Nacen tempranamente las organizaciones mapuches y los representantes en el parlamento (como Francisco Melivilu, diputado, Manquilef y posteriormente Venancio Coñuepan, ministro de Estado). El carácter masculino de esas organizaciones y de sus líderes es innegable –sucedía más o menos lo mismo en la parte huinca-chilena-, sin embargo, dentro de ellas algunas mujeres –las letradas- ocuparon cargos de secretarias y una de ellas, Zenobia Quintremil se presentó de candidata a regidora en la década de 1930, pero compitiendo con el poderoso Venancio Coñuepan. La saga de Zenobia es muy relevante desde el punto de vista de género, pues fue combatida por el propio Coñuepan por ser una mujer que se dedicaba a la política.

Liderazgos femeninos

El régimen militar colocó un nuevo escenario de transformaciones. Se disolvieron las comunidades reduccionales, poniendo fin a la propiedad colectiva. Junto con ello surgieron nuevas organizaciones mapuches, dentro de las cuales las de las mujeres tuvieron una especial relevancia, tanto desde el punto de vista de la impugnación a la dictadura, como desde la particularidad de las reivindicaciones étnicas y de género. La represión en el mundo mapuche tocó a líderes vinculados a partidos políticos de izquierda, a líderes de las comunidades, o a quienes participaban de cooperativas o asentamientos campesinos. La misma machi Carmela Romero Antivil narraba:

“En el río Quepe aparecieron muertos, nosotros vimos a dos hombres, dicen que eran de Coipolafquen, porque se habían llevado a los dirigentes del asentamiento, los tomaron presos y no volvieron. Por eso pensamos que eran de Coipolafquen, les fuimos a avisar, unos trataron de meterse al río, pero había mucha corriente, se fueron, no los vimos más”.

Esa represión post golpe permanece en la memoria transgeneracional de la zona de Huichahue.

Durante el régimen militar, como dijimos, las organizaciones femeninas tuvieron un papel de relevancia. Su resistencia marca una impronta que se relaciona con la mantención de la cultura (relevancia de las machis, revival de las tradiciones artesanales, revalorización de los símbolos propios, entre otros), pero al mismo tiempo con un papel activo en las protestas y en las impugnaciones locales. Esto marcó también el nacimiento de liderazgos femeninos como el de Isolde Reuque, Chiñurra Morales, Paula Painén, Ana Millao, entre otras, que combinando las reivindicaciones político partidistas, étnicas y de género cuestionaron los modos tradicionales de hacer política y a las comprensiones de la diferencia dentro de los problemas globales del país.

El advenimiento de la democracia, con la creación de la CEPI y luego la CONADI implicó la incorporación de un buen número de dirigentes y dirigentas al interior del Estado y a una visibilización de las reivindicaciones de los pueblos originarios y posibilidad más amplia de situar sus demandas dentro de los horizontes republicanos re-conquistados. Sin embargo, como todos y todas sabemos, las políticas indigenistas no solucionan un problema que es secular, profundo y complejo; sobre todo porque no contemplan las historias locales mapuches con sus particularidades. Entender que el mundo mapuche y en general los pueblos originarios no es homogéneos, y que existe un devenir específico en las relaciones interétnicas, puede ser clave para comprender que así como no todos los huincas son opresores, no todos los mapuches sufren los mismos problemas, ni piensan igual, ni se someten a los mismos dictámenes de la sociedad chilena y que los cambiantes procesos sociales suponen respuestas y rearticulaciones constantes de los discursos y de las prácticas.

Este es el punto que hace posible salir del esencialismo, sin embargo, ello no impide ver que las diferencias en nuestra sociedad chilena se convierten fácilmente en desigualdades y en desvalorizaciones.

La memoria de las pérdidas, del arrasamiento económico y simbólico, expresada en la frase “esas muertes han de seguirme” de Roxana Miranda Rupailaf, cuando no se resignifican permanecen como duelos que traen de manera permanente la idea de la precariedad de la existencia, de la injusticia, de la indignidad. En las sociedades contemporáneas, como dice Butler sólo “ciertas formas de dolor son reconocidas y amplificadas nacionalmente, mientras que otras pérdidas se vuelven impensables e indoloras” y Chile no escapa a este fenómeno. El ejemplo del mundo mapuche ha sido y es demasiado evidente. Nadie se pregunta qué hemos perdido todos con la muerte de un o una mapuche, con las detenciones de comuneros y con las agresiones a mujeres que ahora conocemos de boca de las lamñen. Esto nos indica que algunas vidas valen la pena y otras no, y eso es lo que deberíamos colocar como punto de interrogación sobre las diferencias étnicas y su vínculo con la sociedad nacional, ese contexto es el que, a mi modo de ver, hará posible re-pensar las relaciones de género que suponen relaciones de clase y étnicas dentro de un universo de inclusión en el que cada vida humana cuenta, así quizás rememorar el 8 de marzo, que es recordar un suceso violento y funesto, ya no sea “escribir con velas en los ojos”, ni abriendo llagas en que llorar y golpear en tantos pechos” como dice la poeta hulliche, sino un murmullo apenas audible en medio de una vida humana plena, dialogante e igualitaria.