Por Gladys Díaz Armijo
16 de enero de 2022  
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Sobre El MIR de Miguel, Crónicas de Memoria (presentación realizada en el parque por la Paz Villa Grimaldi)

Compañeras y compañeros, muy buenos días. Quiero empezar saludando y felicitando, al autor del del libro que hoy presentamos: EL MIR, DE MIGUEL, a Ignacio Vidaurrazaga por el enorme trabajo que desplegó durante varios años, para escribir más de 900 páginas de esta crónica prolongada y sin aliento. No debe haber sido fácil para él, esta ardua labor de entrevistar a más de un centenar de sobrevivientes, e investigar tantas fuentes. Y al hacerlo, encontrarse con dolores, alegrías, sacrificios, pérdidas.

Tampoco resultará fácil leerlo para quienes formaron parte de la militancia del MIR, porque significa junto con desenterrar recuerdos, recuperar anécdotas y desdibujar mitos, reconocer voluntarismos, desempolvar las causas de las diferencias internas, añorar la juventud. No será fácil porque quedaremos frente a frente a tanto empeño, a tanto sacrificio, tanto compromiso y voluntad puesto en el intento revolucionario de esa pléyade de mujeres y hombres, dispuestos a dar lo mejor de sí, para transformar nuestra sociedad en un espacio mejor, más equitativo, justo solidario, con mejor calidad de vida, y que, aunque fuimos parte de esa construcción épica de conciencias, no llegamos a plasmar el objetivo que soñamos y por el cual luchamos. Este libro no será fácil de leer porque nos reencuentra con nombres de queridos camaradas que ya no están, compañeros asesinados o desaparecidos, y otros, los menos, a quienes hemos despedido en los últimos años. Con todos ellos, estuvimos hermanados en las tareas, en la lucha, en la tortura, en la cárcel, en el exilio. Con todos ellos con quienes compartimos también el entusiasmo de la vigorosa juventud. Por las mismas razones, para Ignacio debe haber sido difícil esta tarea.

Ignacio dice que en este libro ha buscado el equilibrio entre la crónica y la lealtad a lo que sucedió. Y esa es una tarea difícil porque los seres humanos somos subjetivos y más aún cuando escribimos. Por eso, al leer este libro, algunos encontrarán, que suele aparecer algún desequilibrio entre el rol demasiado locuaz como testigos intermitentes, que expresan algunas compañeras o compañeros, en desmedro de otros, cuyas significativas militancias son merecedoras de mayores detalles y espacios.

El libro tiene momentos bien narrados que marcaron el nacimiento y la vida del MIR. La Universidad de Concepción fue uno de ellos. Y la Pelusa Pizarro encontró una forma poética de y breve, describir ese tiempo. Dice: “Era un lugar feliz, donde te estremeció la poesía, aprendiste solidaridad y supiste que el amor es breve”. El Rector Edgardo Enríquez, padre de Miguel, al constatar que producto de su dirección y de las luchas estudiantiles, de 4600 alumnos en 1971, de origen proletario y con posibilidad de ser los primeros profesionales de su familia, y que era el número que tenía la Universidad de Concepción , en menos de dos años, llegaron a ser 17.200 Para resumir e interpretar ese logro, el Rector Enríquez dijo: ”Cuando las conciencias se elevan y se multiplican, el Universo conspira para que la Civilización avance”. Palabras profundas aplicables a cualquier etapa de la Humanidad. A esos años y también a los actuales.

El MIR nace y aprende sus primeros balbuceos cuando a nivel internacional, las luchas antimperialistas y anti oligárquicas, campean en medio de protestas y enfrentamientos. Sólo en ese contexto puede explicarse el crecimiento e influencia que logra, en tan corto tiempo. Es la lucha aguerrida de los vietnamitas contra la ocupación norteamericana, es el triunfo de la revolución cubana. Francia se estremece con el mayo parisino del 68, hay guerrillas en varios puntos del Continente. Es inesperado el Cordobazo argentino. En México la respuesta represiva a las protestas multitudinarias de secundarios y universitarios es la matanza de Tlatelolco.

Hay tomas de Universidades en Bruselas. En Chile, estudiantes marchan de Santiago a Valparaíso. Los estudiantes de la Universidad Católica demuestran su descontento. El Pedagógico ya con presencia mirista empieza a hervir de rebeldía. Mucho se ha escrito del congreso del MIR que dividió a militancia joven, de los viejos y aguerridos troskos. El libro de Ignacio registra bien el error de algunos militantes de Concepción con Luciano a la cabeza, que secuestran y vejan públicamente al periodista Osses que los hostigaba constantemente. Un error que escapa a lo que fue la ética del MIR y que tuvo consecuencias de represión prematura para los dirigentes del MIR.

Militantes entrevistados reordenan fraccionalmente lo que fueron las expropiaciones del partido. Muchos militantes de esa época tuvieron papeles protagónicos y en la primera línea y otros, cumplieron roles muy pequeños y muchas veces hasta sin saber parte de qué conjunto de marca mayor, era ese pequeño papel asignado. Recuerdo que yo reporteaba la Moneda y me entregaron un pequeño atado de panfletos para que yo distribuyera en la sala de los periodistas del Palacio presidencial, luego de avisarles a mis colegas que había conferencia de prensa en la Cancillería. Efectivamente a la hora señalada que me fue advertida por el teléfono de la copucha, yo grite que el Canciller nos llamaba y todos salieron corriendo hacia el segundo piso. Yo detrás de ellos después de dispersar en las mesas, esos papeles que señalaban que, a esa hora, se había llevado a efecto una expropiación al Banco tal, para recuperar del mundo financiero lo que el Mir necesitaba en sus tareas revolucionarias. Al día siguiente, la prensa decía que habían visto un joven disfrazado de traje militar merodeando la oficina de la Copucha y seguramente él había colocado los panfletos.

La prensa colaboraba sin proponérselo, en la progresión del mito. Emociona en las páginas de este libro ver tanta fotografía de muchachos, algunos con rostros de niños. Se han escrito ya varios libros sobre el Mir y se seguirán escribiendo, pero lo que yo quiero destacar como único hasta ahora de este libro, es que a partir de tanta entrevista que se hizo, y de tantos recuerdos con que cada uno contribuyó, se abrió un abanico de homenajes a centenares de camaradas de base, de tareas pequeñas o relevantes, abiertas o compartimentadas, que muchas veces por la clandestinidad fueron invisibilizadas, opacada históricamente. Haberlas reivindicado es un mérito del autor. Reviven con sus nombres, sus fotografías, sus chapas, sus talentos, sus orígenes, sus voluntades impulsivas, su coraje, su compromiso. Ahí están, ellos son, militantes de base, que fueron los cimientos, las vigas, los pilares sobre los que se sostuvo y desarrolló el MIR.

Yo decía que es un libro difícil de leer para nosotros, por lo ya dicho, pero también será difícil de leer para los jóvenes de hoy, para los que busquen a través de sus páginas, alguna idea, alguna reflexión, alguna tarea, alguna caracterización del período, que les ayude a dar cauce a la rebeldía, y al necesario compromiso con las luchas actuales. Tal vez sean jóvenes que quieran reencontrarse con esa mística y entusiasmo con que militamos nosotros. Los jóvenes de hoy no están acostumbrados a recibir conocimiento a través de la lectura y puede ser que, ante los centenares de páginas, se les aletarguen las ganas. Y si se lo imponen como una necesidad de conocer lo que movió a otros jóvenes, es posible que estimen que respecto de algunos temas hay demasiado detalle y se salten páginas. Está bien, cada uno tiene su ritmo y su orden lector. Cada nuevo o joven militante, cada próximo combatiente, cada futuro revolucionario puede encontrar en las páginas de este libro algo que le enseñe a hacer, a proponer, o simplemente a evitar, y eso es muy importante. Habrá jóvenes que al leer este libro vean a los miristas como a un conjunto de soñadores, sin aterrizaje en la realidad. Pero lo que no deben olvidar esos jóvenes que así piensan que como dice Ignacio en su libro: “El MIR nace cuando la revolución era muy actual, y próxima en tantos sitios”. Y yo convocaría a esos jóvenes que están descontentos con las cosas como están en estos días, que muchas veces se decepcionan de la política y creen que no hay nada que hacer, pero que sí quieren hacer algo, yo les pediría que leyeran en este libro, uno de lo más dolorosos y primeros momentos de desaliento que vivimos como miristas en 1971, cuando murió accidentalmente Luciano. Que lean esas páginas en que Ignacio describe su funeral… Esa partida nos desgarró el alma, porque no solo era Luciano uno de nuestros máximos dirigentes sino porque era cercano para todos, para sus camaradas, para la gente del movimiento campesino, de los trabajadores del FTR. de los pobladores, de los estudiantes. Era un orador que encantaba, convencía. Era el coraje y la fuerza, humanizadas. Era querido e intuíamos que era irreemplazable. Por eso su muerte se convirtió en un acto de protesta de miles y miles de obreros, trabajadoras, mineros, pobladores, campesinos, estudiantes, profesionales, dueñas de casa, trabajadores de la construcción. Ondeando el bosque de banderas rojinegras estaban los combativos pobres del campo y la ciudad a quienes él tantas veces convocara. Protestábamos contra su partida, contra su desaparición temprana, contra lo que sería su ausencia de nuestra cotidianeidad.

Varios de los entrevistados en este libro reconocen la impresionante sorpresa que vivieron ese día aciago, al comprobar que el MIR se había ganado un espacio político y una influencia en un sector del movimiento popular. La muerte de uno de nuestros más connotados dirigentes significó la medición barométrica de nuestro trabajo, de nuestro ideario, de nuestra propuesta de sociedad.

El lento cortejo avanzó cuadras y cuadras conteniendo gritos combativos y consignas. Patricio Manns recogería ese momento en la canción a Luciano, que dice: “Al paso de Luciano, lloran las pergoleras y así cubren de pétalos, su muerte interminable. Su muerte interminable”. Por eso jóvenes, es recomendable que lean esa parte, porque podrán constatar que los crecimientos populares y la toma de conciencia de clase masiva no se rigen por tiempos calendarios. Ninguno de nosotros en aquel tiempo hubiera imaginado que podía el MIR movilizar a esa multitud. El Mir tenía entonces seis años de existencia.

Un año antes de ese día tan trágico, fui enviada a cubrir una gran concentración de campesinos mapuches en que Luciano sería el principal orador. Y ese día le escuché decir la manera más poética y realista de describir al socialismo. Les dijo a las compañeras y compañeros mapuches: HAREMOS UNA CORRIDA DE CERCOS, UNA GRAN CORRIDA DE CERCOS, DESDE LA CORDILLERA AL MAR”. Convencí a Bautista a mi regreso, para que ese fuera el titular de esa crónica. Y sigo creyendo que no habrá una mejor manera de describir al socialismo, al socialismo que nosotros deseamos.

Por eso convoco a los jóvenes a leer “El MIR de Miguel”, porque, aunque no quieran leerlo todo porque no están acostumbrados a leer tanto, busquen las partes que corresponden a lo que siempre será actual hacer y también a lo que no deben hacer y que también es permanente. Entre lo que no deben hacer, están nuestros voluntarismos que muy bien se describen en estas páginas, y que hace que hoy nos agarramos la cabeza con las dos manos. Por ejemplo, cuando se leen esas primeras exploraciones rurales, en los sesenta, intentando instalar una guerrilla en Nahuelbuta, experiencia que se diluye no solo porque viene la elección de Allende, y se suspenden todas las acciones directas, sino porque los exploradores van desertando a medida que se quedan sin comida y muertos de frío.

Hay espacio en este libro para denunciar el machismo de los compañeros, de la estructura partidaria y de la dirección. Y lo que no está también demás, es repetir las amargas enseñanzas que quedan de la homofobia del partido, que existía, pero que se ocultaba y que nunca se discutió. El libro abarca múltiples aspectos del trabajo del MIR, desde los frentes estudiantiles, pobladores, campesinos, obreros, tareas cerradas. Inteligencia, etc., etc. La idea es que lo lean y saquen sus propias conclusiones. Este libro quiso centrarse en el MIR que dirigió Miguel, por eso, no incluye la otra parte posterior del MIR. Cuando lo lean los jóvenes o los no tan jóvenes pero que no participaron de esa militancia o de ese tiempo, y a la luz de todo lo que se conoce hoy, puede que se pregunten legítimamente si después de la derrota en todos los planos que sufrimos, después del alto costo en preciosas vidas humanas que hemos pagado los miristas, con miles de asesinatos y desapariciones, luego de los sufrimientos varios vividos, incluida la tortura, la prisión, las separaciones familiares, el exilio, nuestra disolución, ¿ha valido la pena?

Me lo han preguntado muchos jóvenes en las universidades cuando me han invitado a contar algo de esta historia. A veces lo preguntan también los hijos, los nietos. A nosotros, a las por lo menos tres generaciones que protagonizamos esta epopeya, nos escucharán decir mayoritariamente, que era lo que había que hacer, que era lo políticamente correcto, era el camino que había que recorrer y lo que le dio sentido, SENTIDO CON MAYUSCULAS, a nuestras vidas. Seguramente hicimos muchas cosas erróneas, nos equivocamos en otras. A la luz de la experiencia de hoy, seguramente haríamos las cosas de otra manera, habríamos sido menos sectarios, habríamos valorado mucho más y habríamos considerado revolucionarios, los cambios que se hicieron durante la Unidad Popular, por ejemplo. Los problemas que ayer nos motivaron a luchar por cambiar la sociedad son los mismos actualmente y aumentados. Por lo tanto, las luchas populares seguirán emergiendo y se necesitarán organizaciones y militantes que formen cuadros para desarrollar y darle ordenados contenidos a esa energía rebelde. Decidirán otras formas, otros métodos de acumulación de fuerzas, distintas formas de lucha, distintos ritmos. Pero para legitimarse ante el pueblo, ante los pobres del campo y la ciudad como decía Miguel, tendrán que emular el espíritu que dio contenido a la militancia nuestra: el desinterés personal, el desafecto por lo material, la generosidad sin límites, el compromiso total, la disposición a dar lo mejor de nosotros mismos. Y lo mejor que teníamos, era la vida.

Cuando yo estaba en los primeros pasos de mi adolescencia, leí de un intelectual francés cuyo nombre no registré, que cada cincuenta o cien años en alguna parte del mundo o en varias, comunidades masivas de jóvenes se levantaban con rebeldía exigiendo cambios, y en su empeño, marchaban cantando, dispuestos a morir si fuera necesario. Y concluía que era ese gesto etario, lo que nos permitía no estar en la época de las cavernas. No he comprobado si realmente así se ha movido la historia, pero de ser cierto, el MIR sin dudas perteneció a esas camadas que cantando, luchando, amando y militando tuvieron un compromiso total.

Gladys Díaz Armijo,

periodista y psicóloga

En Villa Grimaldi, 5 de diciembre 2021