A partir del 16 de marzo se exhibirán paralelamente en la Ciudad de México y en Santiago de Chile, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, las obras que componen la serie Abu Ghraib del pintor, escultor y dibujante colombiano Fernando Botero. Se trata de un enorme privilegio para el público chileno ya que será la primera vez que se exhiben en Latinoamérica, en un esfuerzo notable del Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive de la Universidad de California, propietarios de la colección por voluntad de su autor, en el que también ha participado con generosidad la Fundación CorpArtes.
Abu Ghraib es el nombre de la tristemente célebre cárcel de Sadam Husein que en un terreno de 115 hectáreas albergada a cerca de 50 mil prisioneros políticos iraquíes. Tras la invasión norteamericana, la cárcel quedó desocupada para ser utilizada esta vez como lugar de detención de unos 5 mil iraquíes que resistieron la ocupación o que fueron catalogados como terroristas.
La escritora estadounidense Susan Sontag, en un artículo publicado en el New York Times a propósito de las fotografías de Abu Ghraib se preguntaba “¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano?”. Sostenía que “las fotografías somos nosotros”, es decir, son representativas de una corrupción fundamental del alma humana gracias a la cual no sólo algunos creen tener el derecho de infligir tales humillaciones a otros, sino que además, se fotografían junto a sus víctimas derrotadas, exhibiéndolas como trofeos de caza.
Lo que ocurrió en ese recinto controlado por un ejército embebido por las ideas ultraconservadoras de Bush y Rumsfeld, es decir, las escandalosas escenas de maltratos, torturas y sadismo alegremente filmadas por soldados a cargo de los prisioneros, salió a la luz pública en la cadena de televisión CBS y la revista The New Yorker, provocando torpes excusas oficiales y el juicio lapidario de la opinión pública acompañado de un escándalo mundial cuyos ecos persisten hasta hoy. La llamada “guerra contra el terror” sufrió allí su primera derrota y tuvo que aprender en un día que “una imagen vale más que mil palabras”.
La tortura es la mayor expresión de falta de consideración por la dignidad del otro. Para que sea posible, es decir, para que una persona llegue a suponer legítimo y hasta necesario ejercer tal tipo de malos tratos sobre su prisionero, se requiere no sólo una intrincada justificación ideológica y legal, sino una profunda metamorfosis de su humanidad. La base de la cuestión está en el desprecio del otro, sea porque no comparte mi fe, mi ideología, mi nacionalidad, mi color de piel, mi condición sexual. La escritora estadounidense Susan Sontag, en un artículo publicado en el New York Times a propósito de las fotografías de Abu Ghraib se preguntaba “¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano?”. Sostenía que “las fotografías somos nosotros”, es decir, son representativas de una corrupción fundamental del alma humana gracias a la cual no sólo algunos creen tener el derecho de infligir tales humillaciones a otros, sino que además, se fotografían junto a sus víctimas derrotadas, exhibiéndolas como trofeos de caza o como actores de escenas sadomasoquistas de una película pornográfica casera.
El propósito de esos jóvenes soldados torturadores era fijar en digital un momento de gloria en su aventura militar para exponerlo en las redes sociales. La lógica es compartir con sus iguales la diversión a costa de los otros, una suerte de bullying al extremo o de imitación trastornada de las miles de jóvenes adolescentes que pueblan facebook con fotografías de sus fiestas, bienvenidas y despedidas.
Fernando Botero, horrorizado por las escenas, se concentró durante 14 meses en la producción de una serie de 80 trabajos —pinturas al óleo, dibujos y acuarelas— para volver sobre uno de los tópicos menos mencionados por la crítica, pero más recurrentes en su pintura: la violencia ejercida contra el otro. Abu Ghraib ciertamente representa la culminación y la expresión más explícita del tema en su pintura. Lo hace en diálogo con grandes artistas que, como Goya o Picasso, también reaccionaron a la guerra y la violencia con sendas obras de arte, pero a la vez con total fidelidad a su estilo característico, lo que le permite otorgar humanidad y dignidad a las torturadas figuras.
Los antecedentes más directos de Abu Ghraib, empero, se encuentran en sus obras relativas a la violencia en su país, en la acción del narcotráfico, las guerras civiles y las dictaduras latinoamericanas. Por ello, aunque la cárcel de Abu Ghraib se encuentra a miles de kilómetros de nuestra región, las escenas finalmente nos parecen horrorosamente familiares.
La exposición BOTERO Abu Ghraib representa un reconocimiento internacional al lugar que ocupa el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Es la institución en la que estas obras debían ser expuestas.
Ricardo Brodsky
Director del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.