Queridos amigos, queridas amigas:
Hoy un velo de tristeza embarga de nuevo a nuestro Chile, a su pueblo, este pueblo que en los momentos más negros de nuestra historia tuvimos el privilegio bendito de tener entre nosotros, pero principalmente entre los más pobres, los más violentados, los más abandonados, principalmente en la Población La Victoria, en pro de la defensa de los Derechos Humanos, la justicia, la paz, a un santo mensajero de Cristo-hombre, como lo fue el amado Padre Pierre Dubois, cuyo ejemplo de amor incondicional y de la palabra justa, frenó tantas veces la represión brutal en las poblaciones donde la pobreza elevaba su bandera y donde la persecución y detención de los dirigentes, los allanamientos y la violencia eran la tónica diaria.
Hace un mes se recordaba a otro sacerdote, que entregó su vida también tal como Cristo en la cruz por predicar, en el ejemplo y la palabra, ese amor sin fronteras sobre todo por los perseguidos y humillados, por los pobres y abandonados, el Padre Andre Jarlán, asesinado por un balazo mientras leía su Biblia.
Poco tiempo después, se suma el nombre del Padre Alsina, otro sacerdote cuyo amor sin límites lo llevó a hacer de su permanencia entre el pueblo sufriente el bastión irreductible de la lucha por la defensa de los Derechos Humanos, asesinado también durante la feroz represión de la Dictadura.
Este domingo 23, en una sencilla ceremonia en el Cementerio de Playa Ancha en Valparaíso, recordábamos al Padre Miguel Woorword, otro sacerdote que dejó su país para venir a hacer testimonio del amor de Cristo entre los más pobres pero también entre los perseguidos por las fuerzas represivas del Golpe Militar, y que fuera asesinado en el Buque Escuela “La Esmeralda”.
Cuatro soldados de Cristo se habrán encontrado hoy, gozosos se habrán fundido en el abrazo fraterno de los que siguieron fielmente la huella de Cristo en la Tierra, dejándonos con un sentimiento de pena infinita por su partida material, pero también con la certeza absoluta de que allá estarán con la mirada puesta en este pueblo chileno, escuchando y respondiendo directo a nuestros corazones para que no olvidemos la misión que ellos empezaron y que nosotros debemos continuar: la defensa constante de los Derechos Humanos, de la justicia social, de la búsqueda de la verdad y de la paz, para lograr que Chile vuelva a ser un país de hermanos, donde tenga cabida el reconocimiento pleno a nuestros pueblos originarios.
Querido Padre Pierre… hoy Cristo lo ha recibido gozoso, ha vuelto a la vida. Acá en Chile lo lloramos, pero con la porfiada Esperanza de encontrarnos al final de la nuestra terrenal.
Julia Muñoz Orrego