Este testimonio del sacerdote Mariano Puga fue leído en el Parque por la Paz Villa Grimaldi el 29 de marzo de 2024, en el contexto del Vía Crucis popular a propósito del esparcimiento de parte de sus cenizas realizadas en la Puerta del Nunca Más. El texto está compuesto de extractos de tres entrevistas realizadas a Mariano en los años 2006, 2013 y 2019. Cada una de ellas, así como la edición y relato de este escrito, fue realizada por Paulo Álvarez Bravo.
“Mientras estuve detenido oí los gemidos de la muerte, vi las huellas de hermanas y hermanos torturados. He sido testigo de actos de brutalidad hasta la deshumanidad. He sentido y visto, hasta dónde puede rebajarse el hombre frente a su propio hermano con el afán de provocar sufrimiento. He palpado la degradación. Y a pesar de todo eso, he presenciado la capacidad inmensa que hay en el mismo ser humano de amar y de jugársela por la vida.
Cuando salió electa la Unidad Popular, celebré una misa en París para desear lo mejor al proyecto (…) Leímos el Evangelio de Mateo 25 “porque tuve hambre, me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. Por fin los que tienen hambre, por fin los que han sido excluidos, dejaran de serlo porque este Chile será de ellos. Ahí me manché, como se dice en buen chileno, me mojé el potito, y metí las patas en el barro para no abandonarlas nunca más.
Vino el golpe, llegaron las noticias de los desaparecidos primero. Un día llegó a la casa un cabro que le habían cortado los testículos. Yo le dije a Cristo ¿y vos que haci? el Dios que yo creo, no se puede quedar callado (…) Entonces, por un lado, vinieron las detenciones, las torturas y, por otro lado, en mi propia familia e iglesia, el precio de ser juzgado, de ser sospechoso, de ser calumniado. Ese fue un periodo pa’ mí, que el Evangelio no era solo bla bla, sino la convicción de que “Cristo está en el otro”.
Yo estuve siete veces preso en dictadura (…) Cada vez que entraba, estaba cagado de miedo. Cuando me llevaron al Cuartel Terranova, hoy Villa Grimaldi, recuerdo que estaba acostado en la casucha de Villa Francia, en La Minga, y me vinieron sacaron como a las 12 de la noche, era el año 1974, me llevaron amarrado y vendado. Me dejaron en esas cajas de madera, “las casas corvi” donde ni siquiera podía estirarme, incomunicado, sin comida, oyendo gritos de desgarro. En los interrogatorios, lo primero que me dijeron es “¿Por qué no colaborai con nosotros? ¿Por qué no la haci fácil y nos ayudas como lo hacen otros colegas tuyos, incluso obispos? cuatro torturadores se repartieron la pega. Mientras eso sucedía, yo me repetía a mi adentro “fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y estos, que me están torturando, también lo son” (…).
Creo que ese grado de crueldad, no tanto por lo que me hicieron a mí, sino por lo que les hicieron a tantas y tantos otros, me hacía preguntarme ¿cómo podi creer en el padre cuando dice: felices los mansos, ¿los hambrientos de justicia” cómo seguir creyendo que otra humanidad es posible? (…) Cerca de una Navidad, una de las personas que me torturaba se quebró, me pidió que gritara como si me estuviera golpeando a no más poder. Me contó su vida, me dijo que se iba a casar y que no tenía tiempo de ir a las charlas matrimoniales y si yo podía hacerlo. Le dije que sí, que leyera tal y cual lectura bíblica y que la fuéramos conversando.
Cuando salí de la Villa Grimaldi (…) me llevaron a hablar con Pinochet al edificio Diego Portales. En un momento Pinochet me preguntó ¿usted qué aprendió en la Escuela Militar? Aprendí a que las órdenes del superior no se discuten, que la disciplina es la columna del Ejército e hizo un gesto de asentimiento. Pero ahora yo soy, como todo cristiano católico, un discípulo de Jesús y él nos enseñó que todo lo que se le hace a otro se le hace a él, el que tortura a otro tortura a Cristo, el que hace desaparecer, el que mata, persigue, calumnia a una persona, se lo hace a Cristo (…) No sé de dónde saque fuerzas y le dije, yo prefiero venir unas cuentas veces más y estar detenido unas cuantas veces más por sus fuerzas represivas antes que algún día mi maestro Jesús me diga: “tú me negaste, no me pidas que te confiese delante de Dios, mi padre” (…) Un sistema que toca y atropella la vida, toca esa fibra de libertad, de fraternidad, que nos hace ser seres humanos, esas fibras son indestructibles porque es lo que está de Dios, y Dios es indestructible.
Cuando salí de Villa Grimaldi el 74, yo llegué de nuevo a trabajar como pioneta en la población. Ahí me enteré de que mis amigos llevaban tres semanas buscándome y llega Juan Celaya y me dice ¿volviste cura? ¿sabi que ma? Cuando a vo te sigan tomando preso, te sigan torturando por defender el derecho de los pobres, ahí recién te voy a creer. Yo creo que por primera vez supe quiénes eran los verdaderos amigos, personas como Juan Celaya, como el Tua, con esos soñábamos. Con los que hicieron la comunidad de Villa Francia, tres de ellos son detenidos desaparecidos hasta el día de hoy (…) Esos son mis amigos, los pobres, los sencillos, los que le creen a ese Dios que se hizo pobre, que me han ayudado, a un burgués privilegiado, a un cuico de mierda como yo. Si a mí me parieron, me pario Cristo a través de ellos.
Si fuera víctima del terror, me gustaría que mi comunidad, mi iglesia, recordarán que mi vida está entregada a Dios y a este país. Que acepten que el único maestro de esta vida no puede ser indiferente, que recen por mí, que sepan asociar está muerte a tantas otras muertes que nos han dejado y nos dejan indiferentes y en el anonimato. Mi vida no tiene más ni menos valor que esas otras vidas. Ni siquiera la de quienes han sido cómplices del mal como los que me han golpeado ciegamente. Me gustaría, cuando llegue el momento, tener un lapsus de lucidez que me permita solicitar el perdón de Dios y de mis hermanos, perdonar de todo corazón a aquellos que atentaron contra mi”.