Hace un par de semanas el Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos (IPPDH) del Mercosur, publicó un archivo documental referido a uno de los pasajes más oscuros de la historia reciente latinoamericana y sobre todo del Cono Sur: la Operación Cóndor.

Como se sabe, este sistema transfronterizo que conectó a las principales dictaduras militares latinoamericanas, dejó un saldo de cientos de miles de personas desaparecidas y ejecutadas, por lo que una iniciativa como la del IPPDH permite no sólo un conocimiento más profundo de este sistema de terror internacional, sino que por sobre todo, abre posibilidades de que la justicia actúe.

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La investigadora norteamericana J. Patrice McSherry, quien es cientista política de la Universidad de Long Island, en EE.UU., es una de las principales investigadoras que se ha dedicado a indagar sobre la Operación Cóndor en América Latina, así como sus conexiones con Europa.

J. Patrice Mcsherry se encuentra actualmente en Chile, para participar en el Seminario Internacional, “A 40 años del Golpe de Estado en Chile. Representación, relato y memoria. Un debate abierto”, organizado por la Corporación Parque Por La Paz Villa Grimaldi y a realizarse el Martes 10 de Septiembre, en el auditorio del Café Literario Balmaceda en Providencia (Av. Providencia nº 410),

El Área de Comunicaciones de Villa Grimaldi, aprovechando la estadía en Chile de esta investigadora la contactó para hacerle algunas preguntas relacionadas tanto a la Operación Cóndor, como a los 40 años del Golpe.

¿Es posible explicar, brevemente, cuáles fueron las etapas de la Operación Cóndor en el Cono Sur y los mecanismos de represión ligados a ellas?

La Operación Cóndor, que fue un programa multinacional encubierto de “operaciones negras” organizado por seis países de América Latina y Washington, se ajustó completamente dentro de la doctrina y estrategia contrainsurgente como un programa de “caza y muerte”. Como sabemos, los agentes operativos de Cóndor llevaron a cabo encubiertas detenciones-desapariciones de disidentes exiliados a través de las fronteras, entregaron a estos a otros países y los sometieron a tortura y ejecución extrajudicial.

Los escuadrones de Cóndor también asesinaron o intentaron asesinar a dirigentes clave de la oposición política que estaban exiliados en América Latina, Europa y los Estados Unidos.

La Operación Cóndor funcionaba en tres niveles: compartiendo entre sí información de inteligencia y coordinando la vigilancia política de disidentes seleccionados; acciones encubiertas, usualmente operaciones transfronterizas de caza y muerte y otras formas de guerra ofensiva “no convencional;” y, de manera más secreta, una capacidad para realizar asesinatos de alto nivel, que se denominó “fase III”.

Como parte de la fase III, se formaron equipos especiales de asesinos provenientes de los países miembros para viajar por el mundo con el propósito de eliminar a los “enemigos subversivos”, es decir, dirigentes políticos que pudiesen organizar y dirigir movimientos en favor de la democracia en contra de los regímenes militares. Uno de esos asesinatos de Cóndor fue dirigido contra Orlando Letelier, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Chile y crítico prominente del régimen de Pinochet, y Ronni Moffitt, su colega estadounidense, que fueron asesinados con una bomba colocada en su auto, en Washington, en 1976.

Otros blancos de ataque incluyeron a Carlos Prats, general constitucionalista chileno, y su esposa, Sofía Cuthbert, que fueron asesinados en Buenos Aires (1974), y dos legisladores uruguayos que eran opositores del régimen militar uruguayo, Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez, que fueron desaparecidos, torturados y muertos en Buenos Aires (1976).

Existe mucha evidencia de que la Operación Cóndor funcionó dentro del sistema interamericano de seguridad. Es decir, las raíces de la Operación Cóndor están en los cincuenta y sesentas, especialmente después de la revolución cubana de 1959. Existían intentos importantes de los EEUU para unificar las fuerzas militares, policiales y de inteligencia y ampliar la influencia de los Estados Unidos en la región, convirtiéndolas en una enorme fuerza anticomunista.

Washington había comenzado a exhortar la colaboración entre las fuerzas militares del continente americano después de la Segunda Guerra Mundial mediante organizaciones tales como la Escuela del Ejército de los Estados Unidos en el Caribe (USACARIB), creada en 1946 y después denominada Escuela de las Américas (SOA), y acuerdos tales como el Pacto de Río de 1947, que proclamó el concepto de defensa hemisférica. Otras instituciones que integraron a los ejércitos del continente incluyeron a la Junta Interamericana de Defensa y las conferencias de los ejércitos de América. Las conferencias fueron iniciadas por comandantes estadounidenses en 1960 para fusionar a las fuerzas militares de la región en el combate de la Guerra Fría contra la subversión y la revolución. La revolución cubana de 1959 había aumentado la sensación de amenaza entre los sectores conservadores en toda la región, llevándolos a una coordinación más profunda. De manera más importante, se redefinió la misión primaria de las fuerzas armadas latinoamericanas: de la defensa nacional a la seguridad interna. Se transformó totalmente el pensum de la SOA en 1961 para poner énfasis en la amenaza planteada por los “enemigos internos”. Personal estadounidense y francés reorganizaron y adiestraron a las fuerzas militares de América Latina para emprender operaciones contrainsurgentes agresivas dentro de sus propias sociedades. El aparato de seguridad de los Estados Unidos de manera dramática reorientó, reconfiguró, amplió y movilizó el sistema hemisférico existente para voltear a las fuerzas militares hacia adentro.

Es esencial darse cuenta de que Washington temía a los dirigentes izquierdistas electos tanto, si no es que más, como a las guerrillas revolucionarias en la región, como se demostró con los complots contra Goulart y Allende, entre otros. Hay nuevas evidencias de Brasil que había desapariciones por fuerzas brasileñas en 1970 en Argentina. En 1973 o principios de 1974, todavía antes de que el aparato de Cóndor adquiriera su nombre de código y su estructura formal, los grupos contrainsurgentes crearon el prototipo de Cóndor, un sistema coordinado para desaparecer, torturar y trasladar ilícitamente a los exiliados a través de las fronteras. En febrero de 1974, tuvo lugar una reunión en Buenos Aires para planificar una colaboración más profunda de las fuerzas policiales de seis Estados de América del Sur. Entre 1973 y 1975 dieron inicio las desapariciones transfronterizas y las transferencias forzadas y extralegales de exiliados (“entregas”) a cargo de escuadrones multinacionales de Cóndor, con base en un acuerdo no escrito que permitía a los militares asociados perseguir a individuos que habían huido a los países vecinos. Ésta era la esencia de Cóndor, si bien aún sin nombre. El coronel chileno Manuel Contreras, jefe de la DINA, fue un organizador clave de Cóndor. Convocó en Santiago en 1975 a una reunión de fundación para institucionalizar el prototipo de Cóndor.

Cóndor, que fue “oficialmente” institucionalizado en noviembre de 1975, llegó a llenar una función esencial para el régimen interamericano de contrainsurgencia. Mientras que las fuerzas militares llevaban a cabo la represión masiva dentro de sus propios países, el sistema transnacional de Cóndor silenció a los individuos y grupos que habían escapado de las dictaduras y les impidió organizarse políticamente o influenciar la opinión pública. Cóndor no surgió de la nada en los 70s o menos en respuesta a la formación de coaliciones revolucionarias tales como la Junta Coordinadora Revolucionaria en 1974: las semillas de Cóndor se plantaron mucho antes, en los programas de capacitación al interior del sistema militar interamericano. Cóndor fue un elemento totalmente secreto del régimen contrainsurgente en el continente americano y documentos desclasificados dejan en evidencia que funcionarios en Washington de alto nivel estaban bien informados de Cóndor y brindaban colaboración, compartían información de inteligencia y daban apoyo político.

El año 1976 fue especialmente sangriento porque después de la institucionalización de Cóndor había varios asesinatos de líderes importantes (Orlando Letelier en Washington, uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires, ex-presidente Juan José Torres de Bolivia en Buenos Aires, y un fallido atentado contra Bernardo Leighton y su esposa en Roma, entre otros) tanto como muchos militantes y activistas políticos que se opusieron las dictaduras militares. Muchos miembros del Partido por la Victoria del Pueblo (Uruguay) y otras personas exiliadas en Argentina, por ejemplo, fueron desaparecidos entre junio y julio de 1976. Cóndor siguió operando hasta el año 1980, más o menos, aunque en mi libro demuestro que estructuras y personal de Cóndor se trasladaron a Centroamérica en los 80. Había instructores argentinos y chilenos en Honduras y varias operaciones en esta región fueron muy semejantes a Cóndor.

Podríamos decir que la Operación Cóndor ha terminado en América Latina, ¿o debido a los hechos (con los indígenas por ejemplo), debiéramos inferir que nunca ha existido un término definitivo?

Es una pregunta clave. Para mí es notable que los EEUU usaron, durante la guerra en Iraq, varios métodos y operaciones muy semejantes a los de Cóndor: detenciones-desapariciones, tortura (incluso el submarino y torturas psicológicas), “sitios negros” o “black sites” de la CIA que fueron centros clandestinos, Guantánamo, etc. Esto indica que para las fuerzas clandestinas de los EEUU —funcionamiento autorizado por las altas autoridades del Estado— estos métodos continúan siendo “aceptables.” Sobre América Latina, yo definí Cóndor muy específicamente, con seis características: operativos transfronterizos e internacionales contra enemigos políticos radicados en otros países; carácter multinacional, en otras palabras, equipos de hombres de diferentes países trabajaban en conjunto para secuestrar, torturar e interrogar a las personas; definición precisa y selectiva de los disidentes motivo de ataque, con el objetivo de desmantelar organizaciones populares y revolucionarias (no necesariamente guerrilleros); estructuras paraestatales, es decir, paramilitares y fuerzas para-policiales, que utilizaban infraestructura secreta, como aviones y autos no registrados, centros clandestinos de detención, etc.; tecnología avanzada, por ejemplo computadoras y otra tecnología de comunicaciones, gran parte de la cual fue proporcionada por la CIA; y utilización de sindicatos del crimen y organizaciones y redes extremistas, como los escuadrones de la muerte AAA y Milicia en Argentina y Patria y Libertad en Chile.

En estos términos no hay evidencias de que la Operación Cóndor esté funcionando en América Latina ahora. Pero es muy posible que haya estructuras latentes y relaciones entre las fuerzas militares y de inteligencia que podrían ser reactivadas, según los intereses de sectores poderosos.

¿Cuál es la importancia de reflexionar sobre la violencia empleada por los Estados en América Latina, a 40 años del Golpe de Estado en Chile?

Es muy, muy importante. Solo cuando entendamos a fondo las raíces e ideología y métodos del Terrorismo del Estado podemos enfrentarlo. Como seres humanos tenemos que decir “nunca más” a estos tipos de violencia brutal. Para mí es doloroso pensar en el rol de mi gobierno en todos estos hechos y la muy escasa memoria histórica en mi propio país. Es impresionante que este año en Chile haya tantas conmemoraciones, actos, eventos culturales, seminarios y conferencias sobre los 40 años. A mí me parece una señal de que la democratización está avanzando y que la gente está exigiendo sus derechos, particularmente el derecho a la verdad sobre el pasado (y no ignorarlo u olvidarlo) y la justicia. Los chilenos quieren saber la verdad y muchos demandan la justicia sobre las atrocidades que pasaron. La memoria histórica es clave y Chile está avanzando, no porque el Estado nacional esté promoviéndola, sino porque hay movimientos y personas comprometidas que actúan desde la sociedad, desde las universidades y dentro del mundo cultural, así como organizaciones de derechos humanos, como Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi, que han jugado y juegan un rol principal. Para mi Chile es una inspiración en este sentido.