Aquí estamos finalmente, con el corazón apretado, con una profunda tristeza, pero serenas. Después de 36 años, nos enfrentamos al extraño privilegio que algunas pocas familias de los detenidos desaparecidos logramos realizar: cumplir con el rito de enterrar a nuestros muertos. Tantas veces negados hasta de su existencia. Y, sin embargo, aquí estamos: para gritar que sí, que era cierto, que sí existías, tenías nombre, oficio, militancia política y familia y era cierto que te habían detenido por ser comunista y decidido combatiente contra la dictadura.
Hemos dado mil batallas, hemos vivido furias y penas hasta llegar a este momento. Mil batallas desde esa mañana de diciembre en que nuestro querido hermano Pablo, tu compañero de las partidas de ajedrez en la infancia y cómplice permanente en esos días de dictadura, nos llamó para alertarnos que te habían detenido. Nos cayó como un rayo algo para lo que de algún modo creímos estar preparados. Llevabas ya tres años de vivir en la clandestinidad, de ser perseguido en todas nuestras casas, de saber que tus compañeros iban siendo detenidos, torturados o muertos. Ya no te nombrábamos como Fernando sino que como Mario Poblete, y habías asumido la tarea de dirigir al Partido Comunista en Chile, después que la DINA detuviera a su dirigencia en mayo de ese año 1976.
Luego, la desesperación y la urgencia por salvarte la vida. Las horas y los días de correr de un lado a otro, denunciando tu detención en Chile y el mundo, pidiendo firmas solidarias, recurriendo a los tribunales. El encuentro con las familias de Horacio, Lincoyan, Reinalda, Waldo, Armando, Lisandro, Edras, Héctor, Luis, Fernando Navarro y de Santiago Edmundo y Carlos Patricio. Las semanas siguientes, los meses, los años; las huelgas de hambre, la protestas en la calles, las horas interminables en los tribunales de justicia, sin respuesta, sin respuesta, recibiendo sólo silencios, y mentiras.
Y llegó enero del 2001 y la Cuesta Barriga, y los 90 días a las afueras de la mina, viviendo y reviviendo, llorando y riendo, como siempre ha sido, mirando el valle, interpretando cada nuevo golpe lejano en esa mina… viéndonos más de cerca de la posibilidad de encontrarlos, de encontrarte papá.
Han sido 36 años de búsqueda incansable por tratar de saber, buscar un dato, una seña, una información, testigos, aprendiendo a leer gestos y miradas, haciendo una y otra vez conjeturas sobre cómo habían ocurrido sus detenciones.
Luchamos cada día por saber la verdad, pero nos ha costado tanto enfrentarnos al horror, porque este horror estaba más allá de lo peor imaginable. En nuestros códigos éticos era imposible imaginar tanta barbarie. Desde el año 2007 en que comenzamos a saber de Simón Bolívar, nos vimos enfrentadas a lo indecible. Y sin embargo, saber siempre es mejor que la incertidumbre. Saber lo que pasó, nos hace sentir que de algún modo podemos acompañarte en ese trance.
Pero me niego a quedarme en el horror. Hoy quiero recordarte como el hijo de Carlos y Estela, nacido en Talca el 24 de junio de 1922, el que se fue con la familia a Puerto Montt donde vivió la adolescencia y juventud y se hizo comunista, y siguió siéndolo con firme convicción hasta el último suspiro. Quiero recordarte como el hermano cariñoso y preocupado de Marta y Eliana; el compañero de María Eugenia nuestra madre y luego de María Luisa Azocar que nos trajo a sus hijas Bárbara y Viviana Délano para formar parte de una misma familia. Quiero evocar al joven dirigente de la FECH, al Secretario General de la Juventud Comunista, al académico comprometido con la Reforma Universitaria. Al profesor exigente y cálido. Al que asumió con responsabilidad y valentía el compromiso de dirigir a su partido en los peores años de la dictadura.
Quiero recordar al papá cariñoso, gozador de las pequeñas cosas cotidianas, divertido, conversador, educador incansable, exigente con el estudio. Al permanente calculista de los tiempos y trayectos a paso regular entre un punto y otro. Al padre presente a pesar de los tiempos que vivíamos, ideando mil formas para encuentros casuales; apareciendo de improviso en una esquina, subiéndote a una micro en que viajábamos, esperándonos en algún paradero. Sin hablar, porque no era necesario, sólo vernos bastaba. Caminando fugaz frente a nuestra casa con la ilusión de divisar a los pequeños Javiera y Camilo. Contraviniendo las estrictas reglas de Pablo y Mirtha para que nadie asistiera al nacimiento de su hijo, ahí estuviste primero que nadie conociendo a Sebastián. Esas apariciones de improviso nos preocupaban, por el riesgo. Pero ¡qué bueno que las hiciste!, ahora atesoramos esos encuentros que nos dieron alegría en medio del terror y me impongo creer que fueron esas imágenes las que tenias en tu mente en tus últimos momentos con el cuerpo herido.
Nos hiciste una falta enorme cuando nos mataron a José Manuel y a Pablo, cuando murió Bárbara, la Abuela y la Eliana. Nos duele que no hayas conocido a la mayoría de tus nietos y que te hayan arrebatado de nuestro lado cuando quedaba tanta vida por compartir y tantas conversaciones por hacer.
Los atardeceres de diciembre seguro siempre nos traerán el recuerdo doloroso de esos tiempos, los seguiremos viviendo con la pena de la ausencia, pero al menos hoy sabemos una buena parte de la verdad que se nos debía.
Han sido tiempos muy tristes pero nos sentimos tan orgullosos de ti, de tu compromiso y dignidad a toda prueba, nos dejaste un gran legado de vida. Y hemos recibido tanto cariño por ser como eras.
Querido y valiente papá recibimos sólo pequeñísimos fragmentos de tu cuerpo, aquellos que lograron vencer el silencio, el ocultamiento, la mentira, la impunidad, y lucharon como el cactus de la costa, ese pequeño héroe erizado, agarrados al fondo de la tierra. Nos duele, porque no es justo, ni humano este extraño privilegio. Pero también nos sentimos agradecidas de este encuentro.
Dejaremos algo de ti en este Memorial, junto a tus compañeros, otra parte viajará al Cementerio de Puerto Montt, para encontrarse con tu madre y tu hermana en ese sur que amabas. Y Otras? Bueno … en algún lugar de Chile estarás como todo tu amor pegado a las rocas, al mar y a las montañas.
No te digo Adiós porque nunca podré despedirme Sólo me queda decirte que seguiremos batallando sin descanso como hasta ahora para que nada se olvide, para saber de los que aún buscamos, y sobre todo para exigir justicia. Porque exigir el castigo a los crímenes cometidos, no sólo es nuestro derecho, también es un deber ético irrenunciable para contigo y todos los detenidos desaparecidos, es un deber para hoy y para mañana, para el país al que aspiramos ser y con el que ustedes soñaron y por el que lucharon.
Ahí estaremos: Fernando, Horacio, Lincoyán, detenidos desaparecidos, compañeros, como siempre.
Palabras pronunciadas por Licha Ortiz, en el Memorial a los Detenidos Desaparecidos, sábado 28 de julio de 2002.