“…Quizás mañana o pasado
o bien en un tiempo más,
la historia que han escuchado
de nuevo sucederá.
Es Chile un país tan largo,
mil cosas pueden pasar…”

Los premonitorios versos arriba citados, corresponden a la “Canción Final” de la Cantata Santa María de Iquique, musicalizada por el grupo chileno Quilapayún (texto de Luis Advis) hacia 1970. Y es que Chile verdaderamente es un país tan largo, y aquellos aspectos menos conocidos y dramáticos de nuestra historia parecieran tender a reaparecer en distintos momentos y contextos.

Esta persistencia, de lo que podemos llamar tradición autoritaria chilena, ha ido dejando con el tiempo distintas huellas, marcas o lugares-marcas, que nos recuerdan una y otra vez que la historia oficial, mirada de muy cerca, tiene poderosas grietas por donde se cuelan los trazos de la historia no oficial.

Uno de estos lugares-marca es la Isla Dawson. Lejos de las pantallas de cine que mostraron los acontecimientos ocurridos en este lugar tras el Golpe de 1973, nos referimos a una de sus primeras utilizaciones como zona de relegación o de concentración de población considerada peligrosa.

Hacia finales del siglo XIX, la política de exterminio de la población Selknám, emprendida por privados y amparada por el Estado, se materializó en la vergonzosa cacería y exterminio de este pueblo.

No contentos con esto, aquellos que sobrevivieron a la matanza fueron trasladados hacia mediados de 1898, al Campo de Concentración de Isla Dawson, previa aprobación del Estado chileno mediante el ministerio de Relaciones Exteriores y Colonización. Como se señalaba en un periódico de la época “hágase una campaña de exterminio contra los indios adultos y déjese los niños a cargo de los salesianos, ya que ellos creen poder civilizarlos”.

La ironía es que quienes se llamaban civilizados, frente a los que calificaban de bárbaros, impulsaban una política de exterminio y los segundos luchaban por sobrevivir.

Pero, tal y como lo predijeran los versos de Advis en la Cantata Santa María, Isla Dawson volvería a ser utilizada como lugar de relegación, esta vez política y en un contexto diferente. Tras el Golpe Militar del 73, en dicho lugar funcionarán los campos de concentración de Río Chico y Compingin. Serán principalmente presos políticos de la zona los que serán enviados a este sitio, junto con algunos personeros del derrocado Gobierno de la Unidad Popular. Este campo de concentración, funcionará hasta finales de 1974, aproximadamente.

Otro ejemplo que podemos traer a colación es Pisagua. Durante el Gobierno de Gabriel González Videla, el Partido Comunista de Chile será violentamente reprimido, junto a la protesta social, y muchos de sus militantes serán relegados al campo de concentración ubicado en Pisagua. En dicho campo estuvo a cargo de los prisioneros un joven teniente llamado Augusto Pinochet.

Más de 20 años después, en otro contexto, Pisagua será utilizada nuevamente como campo de concentración. Muchos prisioneros políticos serán deportados a este recinto tras el golpe militar. Muchas y muchos también, serán sometidos a las más diversas torturas y castigos. El teniente de finales de los años 40, era ahora comandante en jefe del Ejército y líder de la Junta Militar que dirigía nuestro país por la fuerza.

Ambos lugares, incluidos otros como la Isla Juan Fernández por ejemplo, son sólo una muestra de esta persistencia y porfiada tendencia al autoritarismo en Chile.

Son muestra también de la existencia de lugares-marca que cohabitan con nosotros, muchos insertos incluso dentro de nuestras propias ciudades y comunas. Son parte de ese patrimonio incómodo sobre todo para el Estado, ya que recuerdan acontecimientos diversos en que, o bien ha amparado, o ha sido el ejecutor de diversos tipos de violencia hacia ciudadanos considerados extraños.

No obstante, estos lugares-marca son también una posibilidad para las y los docentes interesados en la enseñanza de la historia reciente y de los Derechos Humanos. Para ellos la ciudad y sus huellas, pueden ser una herramienta poderosa y didáctica que permita acercar la historia a las futuras generaciones. Sobre todo esas incómodas historias que no aparecen en las páginas oficiales.

El reconocimiento de estos lugares como parte de nuestro patrimonio cultural, debiera apuntar a tipificar estos lugares-marca (y muchos otros), como parte de nuestro Patrimonio de los Derechos Humanos, con reconocimiento y apoyo de todo tipo por parte del Estado.

La Historia no la escriben los vencedores, la escribimos nosotros, la gente, el pueblo, por lo que el rescate y puesta en valor de estos sitios, nos obliga a una labor que apunte a que los versos citados al comienzo, no sean un porfiado recuerdo que no se olvida y que Chile, a pesar de su largo territorio, pueda ser un país de todas y todos.

Cristian Gutiérrez
Historiador, docente e investigador
del Área de Educación de la
Corporación Parque Por La Paz Villa Grimaldi

Fuente: http://blogs.cooperativa.cl