Decenas de ex prisioneros y sus familiares, junto con organizaciones de derechos humanos y sitios de memoria, se dieron cita este sábado 1 de diciembre, en el terreno donde funcionó el campo de concentración Melinka, situado en la localidad de Puchuncaví. En la ocasión se inauguró una placa que identifica al sitio y lo integra a la Ruta de la Memoria de la Quinta Región, junto a diversos lugares que fueron escenario de violaciones a los derechos humanos tras el golpe de Estado de 1973.

Rodrigo del Villar, presidente de la Corporación de Memoria y Cultura de Puchuncaví valoró el reconocimiento que implica la incorporación de Melinka a la Ruta de la Memoria y destacó la ocasión por ser la primera vez que se efectúa un acto tan significativo en el sitio donde se situaba el campo de concentración y que hoy es administrado por la corporación. “Estos terrenos pertenecen a todos los que están acá” manifestó el dirigente, destacando el logro de haber obtenido el comodato del sitio por veinte años, lo que posibilita concretar paulatinamente diversos proyectos, entre los cuales está la reposición y restauración de una batería de cabañas originales del lugar y la instalación en ellas de un museo.

Un sitio paradojal

El campo de concentración Melinka, vecino cercano de la localidad de Puchuncaví, fue establecido por la dictadura en un ex centro de veraneo para trabajadores y sus familias. El recinto original fue construido en el marco de la medida 29 del gobierno de Salvador Allende y entregado junto con otros espacios parecidos a la Central Única de Trabajadores (CUT), la cual se encargó de gestionarlos.

A contar del golpe de Estado de septiembre de 1973, los centros de veraneo de la CUT sufrirían una mutación brutal. El de Rocas de Santo Domingo, vecino del Regimiento Tejas Verdes, fue convertido por el Ejército en un recinto para la instrucción y experimentación en métodos de tortura, y los centros de Ritoque y Melinka-Puchuncaví, en campos de concentración y de castigo para prisioneros políticos.

Puchuncaví estuvo bajo el mando de la Infantería de Marina, cuyos oficiales y tropa brindaron a los prisioneros un trato violento y humillante. Eran frecuentes las palizas, la obligación a realizar extenuantes sesiones de ejercicios y simulacros de enfrentamientos con supuestos atacantes, en los cuales los infantes disparaban ráfagas y hacían explotar minas terrestres para intimidar a los prisioneros.

A pesar lo anterior, los presos se las ingeniaron para organizarse y llevar a cabo múltiples actividades artísticas, educativas y de resistencia. En 1975, un centenar de ellos protagonizó la primera huelga de hambre en protesta por el montaje comunicacional conocido como Operación Colombo, mediante el cual la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) pretendió encubrir el secuestro y desaparición de 119 disidentes. A través de medios apócrifos el aparato comandado por Manuel Contreras difundió la falsedad que habían sido asesinados por sus propios camaradas en vendettas internas o muertos en supuestos enfrentamientos con la gendarmería argentina.

La brutal disciplina impuesta por la Infantería de Marina forjó entre los prisioneros de Melinka una relación de profunda fraternidad y camaradería, que persiste en la actualidad. ”Cada vez que alguno de nosotros era liberado se suscitaban sentimientos encontrados – recordó Rodrigo del Villar. Por un parte la alegría de ver a un compañero libre, por otra el dolor por los que se quedaban. La prisión significaba también una seguridad relativa y la libertad el peligro de enfrentar nuevos secuestros y torturas o ser asesinados”.

El campo de concentración también tejió una relación muy estrecha con la localidad de Puchuncaví, en especial entre los familiares de los prisioneros y muchos vecinos, que les facilitaban alojamiento. La madrugada del 12 de junio de 1975 ese vínculo solidario se plasmó en un hecho que es recordado con emoción por los “puchuncanos”: nació, asistida por médicos prisioneros, Blanca Francisca Melinka Vásquez Cisterna, hija de Ana, residente a quinientos metros del campo de concentración. La bebé tuvo más de cien padres que la colmaron de regalos, agradecidos por ese ejemplo de vida y ternura que hacía acto de presencia en medio de la brutalidad cotidiana del lugar.

El  17 de noviembre 1976 el campo de concentración cerró sus puertas. Los últimos prisioneros fueron liberados o partieron al exilio. Las cabañas comenzaron a ser poco a poco desmanteladas y los vestigios a ser destruidos, borrados o quemados como ocurrió recientemente con la estructura del comedor del campo, instalada en un club de rodeo de la localidad. En la explanada donde estaba situado Melinka en la práctica no queda nada que lo identifique, a simple vista.

Pero en la memoria de los ex prisioneros los recuerdos de Melinka están vívidos. Bajo la capa de maleza todavía quedan señales y las cabañas se pueden reconstruir. Más de cuarenta años después, en mayo de 2017, la memoria y la persistencia de los “puchuncanos” logró que el ex campo de prisioneros fuera reconocido como sitio histórico y declarado monumento nacional, que el municipio entregara el terreno en comadato a la Corporación y que la entidad lograra obtener financiamiento para una primera etapa de la reconstrucción no solo de un sitio de memoria, sino de un centro social y cultural al servicio de todos los habitantes de Puchuncaví y de los ex prisioneros.

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En el acto participó, representando al directorio y los trabajadores (as) de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi, la administradora del sitio de memoria Carola Zuleta. En la foto es orientada en la maqueta del recinto por el arquitecto Miguel Montecinos, ex prisionero de Villa Grimaldi y de Puchuncaví .

Ex prisioneros