Hablar de derechos humanos debería ser algo natural y no una eterna pelea. Pero, vivimos en Chile, donde lo más básico se ve vulnerado y nos obliga a reclamar permanentemente. Al punto que cuando algo nos indigna realmente, parece otro reclamo más. Hecha esa salvedad, quiero decir que también estoy cansada de “el dia de”. ¿Cuántas veces escuchamos en las noticias que hoy se celebra a los periodistas, a la felicidad, al agua, y una serie de días que no tienen importancia aparente? Quiero decir que hoy, sí es un día relevante para mi. Es el día mundial del Síndrome de Down y mientras los derechos de las personas con discapacidad se ven como un favor o de forma subsidiaria, estoy en mi derecho a levantar la voz y decir basta. Basta, porque en el año 2008, nuestro país firmó la Convención de Derechos Humanos de Personas con Discapacidad y sigue siendo letra muerta. No hay ingreso a la educación garantizado, no hay campañas de educación en medios de comunicación para explicar que ser diferente es normal… no hay cumplimientos. Y eso, indigna.

Soy mamá de una niña con Síndrome de Down. Fátima tiene 7 años y desde que ella llegó, me enfrento de forma permanente a injusticias que me indignan. También he conocido un lado de la vida que no cambiaría por nada: su llegada es como un filtro de Instagram, que cambió para siempre mi percepción. Confío más en la bondad de las personas y en la fuerza de la sociedad civil, pero desconfío y me opongo a la forma en que el Estado aborda el nacimiento de las personas como mi hija. No hay planes, no hay ideas, no hay lineamientos. Simplemente, hay fotos donde se les utiliza comunicacionalmente como personas “tiernas”, se les infantiliza, y no se les reconoce como lo que son: ciudadanos, con derecho a voto, con deberes, con necesidades de encontrar un espacio para ellos en una sociedad donde la inclusión es una palabra de buena crianza y nada más.

Soy una persona que cree en el poder de la sociedad civil para generar cambios. En las calles, en las agendas de medios. Por eso, fui con mis hijas a la marcha del 8M. Y me puse el pañuelo verde, porque creo en el aborto libre. Subí una foto en mis redes sociales y me sorprendió que muchos consideraron que por ser mamá de una niña con Síndrome  de Down, debía estar en contra del aborto. Y con eso quiero retomar: creo en los derechos sexuales y reproductivos de todos. Creo, también, en que las salas de clases sean una réplica de nuestro país y en ellas hayan personas con Síndrome de Down, migrantes, transexuales, personas con Necesidades Educativas Especiales.. Todos. Creo en que todos merecemos un espacio. Sin embargo, la sociedad no les hace ese lugar. Hoy, en Chile, un colegio debe OPTAR de forma voluntaria a ser inclusivo. No es una norma que así sea. Y por eso, vivimos pidiendo permiso y perdón, para tener un lugar donde nuestros hijos reciban educación.

En este día mundial del Síndrome de Down, invito a celebrar la diferencia. Pero también, pido que nos pongamos al día con todo lo que les debemos. En sus derechos civiles. En sus espacios sociales. En su inclusión como algo natural, tal como debería ser, y no como un día del año donde cambiándonos los calcetines, pretendemos hacerlos parte. Vamos por una revolución educacional, donde todos quepan. Para que las nuevas generaciones, sean mejores que la nuestra.