En en el campo de concentración de Cuatro Alamos y en Villa Grimaldi lo escucharon cantar y decir su nombre en voz alta: “soy Jorge Fuentes Alarcón, militante del MIR”, voz de humanidad rebelde de un hombre al que trataron como si fuera un perro, manteniéndolo encadenado a una estrecha celda de madera y apodándolo como “Pichicho”.
El 17 de mayo de 1975, en la localidad paraguaya de Ita Enramada fue secuestrado por la policía el ciudadano argentino Amilcar Santucho, hermano del líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Argentina, Mario Santucho; al mismo tiempo, el chileno Jorge Fuentes Alarcón, ex dirigente estudiantil de la Universidad de Concepción, miembro del Comité Central del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y conocido por su apodo de “Trosko”, era capturado en un hotel de Asunción.
La detención de ambos dirigentes en Paraguay y la posterior entrega de Fuentes a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), constituyó la demostración más palpable de la existencia del Plan Cóndor, campaña que coordinaba la acción de los aparatos represivos de las dictaduras del Cono Sur, apresando a disidentes y entregándolos sin mayor trámite y en secreto al organismo que los buscaba
Después de varios meses prisionero en Paraguay -en condiciones sanitarias deplorables- el día 23 de septiembre Jorge fue entregado a la DINA para su traslado a Chile, donde estuvo confinado, primero, en Cuatro Alamos, y luego en Villa Grimaldi. En este lugar se lo mantuvo encadenado a un cajón de madera de 1.70 de alto por 2 metros de largo y unos 60 centímetros de ancho; era una especie de caja de fósforos puesta de costado
El día 12 de enero de 1976 se supo por última vez del Trosko, tras ser sacado de Villa Grimaldi en una camioneta con rumbo desconocido.
Luz Arce, colaboradora de la DINA, afirma en su testimonio que “Jorge estaba con su pelo cortado al rape por la sarna y la pediculosis y posiblemente contagiado con otras enfermedades que lo tenían en muy malas condiciones físicas”. Luz Arce cree que los comentarios que escuchó, de que habrían asesinado a un prisionero inyectándole el virus de la rabia, se referían a Jorge Fuentes.
Desde ese día su cantar y aquel desgarrador “yo soy Jorge Fuentes Alarcón” dejó de escucharse en los oídos, pero quedó grabado en la memoria, traspasando capas de tiempo y olvido, resonando en el presente y, sin duda, en el tiempo que vendrá como un grito de humanidad rebelde, que anida entre los intersticios del horror y las humillaciones y logra derrotar todo intento de deshumanización.
Si Jorge “Trosko” Fuentes pudiera escucharnos, le diríamos que su grito se escucha fuerte entre el follaje y el canto de los pájaros de Villa Grimaldi.
Para sentirlo solo hay que conectar los oídos a la memoria y al corazón.