En agosto de este año, el escritor y académico chileno Ariel Dorfman publicó en The New York Review of Books, un texto titulado Chile: ahora más que nunca, donde aborda sus experiencias tras visitar durante el 2017 el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y el Parque por la Paz Villa Grimaldi.

En su artículo Dorfman señala, tras referirse a su experiencia en el museo de calle Matucana, que “unos días antes había visitado Villa Grimaldi, el centro secreto de tortura y exterminio más deplorablemente célebre de Chile, convertido hoy en un parque dedicado a la paz, y no fue consuelo lo que encontré allí, sino más bien una angustia que apenas supe cómo manejar. Mientras que el Museo de la Memoria brindaba una sensación de seguridad y coherencia, Villa Grimaldi –un lugar donde tantos amigos aullaron y sangraron y suplicaron mientras eran torturados y asesinados, un sitio demoníaco que no es fácil de exorcizar– me hizo confrontar la tragedia de un modo completamente diferente”.

Tras revisar la historia de Villa Grimaldi y parte de su recuperación, Dorfman señala “admiraba los esfuerzos por rescatar un sitio que tantas personas poderosas en Chile quisieron arrasar, y sabía que se había convertido en un sitio donde se congregaban las víctimas y donde se llevaban a cabo conciertos, protestas, puestas teatrales y seminarios, pero no podía vencer mi persistente reticencia a pasar siquiera cerca de ese lugar”.

Su negativa a visitar antes Villa Grimaldi tenía que ver también con las palabras de un amigo suyo que creía que el embellecimiento del lugar hubiera “borrado el pasado” al amortiguar el dolor que suscitan los recuerdos. Pero Dorfman expresa algo muy distinto en su texto, indicando que “para mí el encanto y la paz de Villa Grimaldi tuvieron más bien el efecto de realzar la desolación. Los maravillosos árboles, los rosedales conmemorativos y las lagunas que reflejaban un cielo muy azul y diáfano volvían mi angustia más aguda a medida que me topaba, en placas, monumentos y carteles, con los nombres de estudiantes a los que había dado clases, de camaradas con los que habíamos estudiado a Hegel y a Fromm, de un director de fotografía con el que había trabajado en un programa de televisión, de hombres y mujeres que habían marchado junto a mí y a Angélica (su esposa) por las calles de Santiago en defensa de la revolución”.

Escolares frente al muro de mosaicos de Villa Grimaldi

Dorfman aborda a continuación su amistad con el detenido desaparecido que estuvo secuestrado en Villa Grimaldi, Fernando Ortíz Letelier, y relaciona su visita a nuestro sitio de memoria, con los recuerdos de su ex compañero de universidad e “imágenes de mi amigo acosado por insultos y convulsiones. No era así como quería recordarlo”.

Y añade a renglón seguido que “me parecía que era yo el único que recorría los jardines de Villa Grimaldi, el único que se lamentaba no sólo por la muerte de este amigo y de tantos otros, sino también por la sociedad justa que habíamos querido construir durante los años de Allende. Sentado bajo la belleza incongruente de un árbol centenario, noté que un par de albañiles terminaban la mampostería de una casucha que era la réplica de las instalaciones donde la policía secreta había falsificado alguna vez documentos de identidad y patentes de automóviles. Desde un complejo de viviendas cercano, un niño, tal vez de ocho o nueve años, también miraba por la ventana de su departamento a los hombres que trabajaban en los plácidos jardines. ¿Le habría contado alguien alguna vez la historia de este parque? Mi propio pesar parecía esfumarse en su presencia. Para niños como él se habían rescatado este lugar y otros sitios de la memoria, para que las generaciones futuras puedan comprender que recordar el pasado traumático es esencial para evitar su repetición”.

Al final del texto, Dorfman vuelve a recordar, su segunda visita, en días posteriores, a Villa Grimaldi, buscando respuestas para esa imagen del niño que observaba el parque desde su ventana y señala que “observé que un muro que bordea uno de los extremos del parque no estaba cubierto con los nombres de los muertos, sino con mosaicos. (…) Ex detenidos recuerdan vívidamente ese muro. Tropezando, hambrientos y con los ojos vendados, golpeados y humillados, habían sido arrojados como basura contra el muro de mosaicos donde habían encontrado, para su alivio y sorpresa, un refugio fresco frente al calor insoportable del verano chileno. Años más tarde, muchos de ellos pudieron confirmar que en efecto habían estado detenidos en Villa Grimaldi porque sus manos reconocieron la textura de ese muro. Puse la mano donde las suyas habían tocado esos azulejos, donde quizás los dedos de Fernando dejaron su huella alguna tarde desesperada. Quizás algún día el niño del edificio vecino colocaría también aquí las manos, se convertiría en un eslabón más en la cadena de comunión y memoria, reclamaría la herencia que nunca debemos olvidar, ahora más que nunca”.

  • La publicación de estos fragmentos del texto original fueron autorizados por Ariel Dorfman, y por The New York Review of Books-
  • El texto integro en inglés lo puedes revisar en Chile: now more than ever