Lo notable y alentador de aquel fin de mes brutal, fue que el actor Roberto Parada, en un gesto heroico, tras ser informado del asesinato de su hijo, no interrumpió la función de teatro en la que participaba y terminó realizando una actuación conmovedora. Lo sorprendente fue que tanto el funeral de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, como el de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo se convirtieran en actos masivos, de expresión de dolor, pero también de desafío a una dictadura terrorista que buscaba propinar un golpe demoledor a los opositores.

La tarde de aquel sábado 30 de marzo, en la Vicaría de la Solidaridad, supe que el dolor pesa, que se instala sobre tus hombros y poco a poco va minando tus fuerzas. En una misma sala de la institución coincidían familiares, amigos y compañeros de los profesionales comunistas y los familiares y compañeros de los jóvenes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) asesinados el día anterior. Entre todos tejiamos una conjunción de dolores y tristezas que no pude soportar por mucho tiempo, marchándome del lugar con el peso a cuestas y muy agotado.  

A pesar de lo anterior, al día siguiente acompañamos a los Vergara Toledo marchando a pie con sus féretros desde la misma Villa Francia hasta el Cementerio General. Fue una caminata desafiante y agotadora, no solo por lo extenso del trayecto sino porque nos desviaron por calles muy poco transitadas y a cada esquina temíamos un ataque inminente. 

Lo mismo hicimos al día siguiente con Guerrero, Parada y Nattino, repletando la Plaza de Armas y acompañando sus restos al cementerio, en medio de las consignas de batalla de la época. 

La lucha continuaba tal como la función que don Roberto Parada se negó a suspender, en una demostración de fuerza y reciedumbre que nos alentó a seguir, a sacudirnos el peso del dolor y salir nuevamente a las calles. 

Luis Arellano Pastenes